A veces uno piensa en sus renuncias y en sus renuncios materiales. ¿Puedo estar sin, supongamos, una bolsa estanca? Puedo, sí, de verdad que puedo... pero ¡ay, cómo resistir la tentación de la estanqueidad! Imaginad que tenéis que vadear un río y no queréis seguir el camino más allá ensopados, cómo resolver el problema? En fin, por poder, también se puede pasar el río en helicóptero, ¿no? Así que, ¿por qué no un helicóptero en vez de la bolsa estanca para nadar y guardar la ropa?
Los materialistas me dirán que por el precio, que por los problemas de aparcamiento en helipuertos, que por la huella ecológica, que... Para mí hay un motivo más sencillo: no prescindo de las cosas porque sean caras, porque no tenga dónde meterlas, o porque contaminen, o porque me encasillen en algún tipo social, sino porque puedo prescindir de ellas. El pensamiento más o menos se resume así: Bah, para qué quiero eso.
P.D.: Sí, tengo una bolsa estanca para vadear ríos o lo que se tercie.