Hay una crónica viajera de memoria, y otra que viaja dispuesta a mirar, a escuchar, a reunir los datos del momento que la memoria después olvidará. A mitad de camino entre esas actitudes se mueve el italiano Emilio Cecchi (1884-1966) en el librito que recupera la editorial Minúscula. El viajero (y el lector con él) recorre California, Nuevo México y México en sus vacaciones de profesor universitario a comienzos de los años 30 del siglo XX. La prosa en México avanza con breves crónicas que se leen a toda velocidad.
Citaré cuatro, entre muchas deliciosas:
“El Diablo”, dedicada a un caimán y a algo más.
“Quia imperfectum”, del que copio este fragmento revelador:
“Los indios navajos son famosos en el arte textil (…). Y la austera combinación de las tintas: rojo sangre, azul eléctrico, gris tórtola, recordaba a la de los colores de los barcos, de los coches y de ciertas banderas.
Cuando una mujer navaja está a punto de acabar uno de esos tejidos, deja en la trama y en el dibujo una pequeña fractura, un defecto, “para que el alma no quede prisionera dentro del trabajo”. Esta me parece una profunda lección de arte: prohibirse, deliberadamente, una perfección demasiado aritmética y cerrada. Porque las líneas de la obra, soldándose invisiblemente sobre sí mismas, constituirían un laberinto sin salida; una cifra, un enigma del que se ha perdido la clave. El primero que caería en el engaño sería el espíritu del que ha creado el engaño”. (págs. 64 y 65).
[Engaño, ampulosidad y perfeccionismo cerrado sobre sí mismo que, para mí, aprisiona al lector de DFW, por eso terminé aquel comentario con la recomendación de Cecchi].
“El coyote”, ¡que ejemplo de claridad, velocidad y condensación narrativa!
“Funeral de un niño”, un fogonazo.
Que lo disfruten. Otro día escribiré de La solución final, de Michael Chabon, una de las nuevas promesas de la narrativa estadounidense.
Me gustó la cita.
ResponderEliminarMuchas veces, prohibirse se escapa del control del espíritu que crea el engaño.-
Cariños.