Heredé de mi abuelo Eusebio la pasión por la cocina y una pizca de su apetito mítico (Obélix, un enano a su lado). Después de algunos experimentos solitarios (agua con azúcar y bocadillo de mayonesa), con él aprendí a cocinar mi primer plato: caracoles. Luego llegaron: gorriones, tortolillas y lirones.
Muchos años después aprendí a preparar la pasta y el arroz.
No heredé de Eusebio su bendita imperfección con los sabores. Mi abuelo era perfectamente feliz comiendo porque no tenía bien definida la memoria de largo plazo para el sabor; así, el último plato siempre era el mejor. Lo hubiera jurado sobre la Biblia (si no fuera porque era un hombre que no juraba). Y hubiera sido sincero.
Era un gordo feliz y agradecido, siempre mostraba su entusiasmo renovado después de comer: recuerdo unas tortolitas con salsa cazadora (“lo mejor que he comido en mi vida”); unos karraspios rebozados y fritos (“lo mejor que he comido en…”), un perol de alubias con todos sus sacramentos (“lo mejor que he comido…”), un cochinillo asado (“lo mejor que…”), una humilde berza con patatas y un sofrito de ajo (“lo mejor…”).
En cada ocasión alcanzaba el cielo, y no era sólo el cielo del paladar.
P.D.: De aquellos tiempos gloriosos con trabajadas digestiones, guardamos en la familia un dicho dedicado al pedo sonoro (la ventosidad) y convertido en emblema: “Qué buena voz para un recién nacido”.
Me encanta el dicho. Lo plagiaré en cuanto tenga ocasión. Estoy deseando que llegue el momento.
ResponderEliminarReconozco el Síndrome del abuelo Eusebio. Sé de una persona que sin darse cuenta repetía la siguiente frase casi cada vez que le servían un plato: "Otra cosa no, pero esto...". Daba igual que fueran percebes, chuletillas de cordero o un flan. "Otra cosa no, pero esto...". A la frase solía precederle un leve "uf" de admiración y regocijo, y terminaba con esos puntos suspensivos de emoción.
PD: Me encantan estos textos familiares tuyos, esta especie de "Los nuestros" de Dovlatov a lo Pérez Aguirre. Merecería la pena completarlos y recopilarlos, ¿no crees?
Estos capítulos de la antología familiar del señor eresfea enganchan. El dicho emblemático sobre el pedo sonoro no lo conocía, yo siempre había oído eso de "Hay que cuidarse esa tos...".
ResponderEliminarGracias, Ander y Beni. Me gustaría tener más tiempo para escribir. Tener tiempo..., ¡ah!
ResponderEliminarBueno, mi abuelo es un gran cocinero. Yo no heredé nada de él, la última vez que prendí un horno me olvidé que había puesto el pastel.
ResponderEliminarEn las vacaciones familiares es cuando más se aprende. Vienen primos y desconocidos con nuevas recetas y se pelean por la corona culinaria. Eresfea, me juego a que tu mejor obra incluyó setas...
ResponderEliminarNo te creas, anonetoy... Siempre apostaré por las tórtolas o las torcaces con salsa de cebolla y zanahoria...
ResponderEliminarAh, feliz Memento culinario. Pedos tenores. Magnífico.
ResponderEliminarQué grande el abuelo. No sé porqué, me lo imagino gigane. Solo heredé de mi abuelo los ojos y no quiero más nada.
ResponderEliminarMi abuela no le hace asco a nada. Pero eso sí, su frase favorita es "Después de esto, un buen té de ajenjo" (la infusión, no la bebida).
ResponderEliminarPD: Mi padre hace el honor de las ventosidades.
Cuánto músico de viento hay en el mundo..., Minerva.
ResponderEliminarTu abuelo Eusebio parece el candidato en el que pensaba Pla cuando recomendó que para comer bien fuera de tu ciudad siempre te dejes guiar por un hombre gordo. Hasta ahora el consejo me ha servido.
ResponderEliminarAcá tenemos otro, no tan refinado: "Linda la voz del negro, lástima el aliento".
ResponderEliminarEl que cocina tiene el poder (y más de lo que cree).
ResponderEliminarEs cierto. Y tengo unos hermanos trompetones...
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