Empezó a fotografiar con la cámara del teléfono parejas que caminaban por la calle de la mano. Coleccionaba las imágenes en formato digital, guardadas como si fueran sellos o monedas, hasta que empezó a especializarse en parejas que caminaban de la mano mirando cada uno a lugares diferentes, ensimismados. Parejas que aparentan ser todavía pareja. Dos que caminan agarrados pero solos. Imprimía esas imágenes, las ampliaba y encontraba retratado un proceso de vidas que se separan, aunque caminen con las manos trabadas.
Llegó a elegir parejas, a ponerles nombres, como había aprendido de los naturalistas que en los documentales ponen nombres de personas a los gorilas o a los guepardos, y que siguen sus andanzas como en una telenovela.
Ya conocía las rutas de sus paseantes y se apostaba para cazarlos al paso. Registraba la progresiva separación de algunas parejas. La tensión de los dedos sin sangre, la distancia de los brazos tendidos... "Un día se soltarán las manos", murmuraba mientras pulsaba el botón de la cámara. Y entonces... Esa foto del desprendimiento de las manos era el trofeo más valioso. Y a la espera de ese momento, el coleccionista, fotógrafo y cazador vaticinaba un desenlace vulgar: luego caminará cada uno por su lado, por esa acera en la que sospechan no encontrar al otro (entre ellos conocen bien sus manías de paseantes); tratarán de no coincidir, pero será tan inevitable como embarazoso encontrarse dos o tres veces al año en la ciudad; con los años, no hará falta ni saludarse cuando se crucen por la calle.
Me ha recordado una frase de una canción de U2: "We're one, but we're not the same". Algunas parejas sobreviven unidas por una cadena de miedo que se va desgastando.
ResponderEliminarQué triste; qué bueno.
ResponderEliminarrecorrer el antebrazo con una hoja de afeitar
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