viernes, octubre 28, 2011

La tarde del Balerdi


Hacía semanas que no salía a la montaña y ese 12 de julio me pareció perfecto. Fui en autobús hasta Amezketa, desde allí subí por pistas hasta la curva donde la senda trepa por el barranco de Beratzeaga  hacia el coto minero abandonado y, más allá, a Pardeluts, y...  Subí hasta el cruce de Minas en medio de un calor sofocante, un aire denso que me hacía sudar y llorar cada vez que una de esas gotas reconcentradas de sal se deslizaban hasta el ojo. No encontré a otros montañeros. Desde las viejas minas de cobre ,proseguí pradera arriba hasta el collado de Artubi. Allí me llegó el primer soplo de aire. La cima de Balerdi, la única cumbre que conozco a la que se llega bajando, estaba muy cerca. Entonces empecé a ver enormes champiñones (Agaricus macrosporus). Por algún motivo tan peregrino como éste me había echado a la espalda la mochila grande y en uno de los bolsillos había un bolsón negro de plástico. Así que no me pude reprimir: empecé a recolectar los hongos hasta cargar cerca de diez kilos. Los embolsé cuidadosamente y los metí en la mochila. Dejé allí mismo la mochila guardada por la soledad. Y seguí ligero por la arista hasta la cruz del Balerdi. Me senté un rato para ver volar los buitres a mis pies y masticar un tallo seco de avena loca. Luego volví sobre mis pasos, me eché a la espalda la mochila cargada y decidí bajar por una especie de canal salpicada de robles enanos.
El descenso era mucho más complicado de lo que yo pensaba. Cesó el aire y la piedra caliza reverberaba el calor de las primeras horas de la tarde. Ya no me quedaba agua. Y el camino marcado por alguna cabra triscadora había desaparecido. Miré hacia arriba y comprendí que sería más fácil seguir un descenso sin huella que retroceder.
En medio del descenso, oí un grito extraño. Me senté y esperé. Volví a oírlo con claridad en una peña y decidí orientar hacia allí la bajada. Parecía el grito lastimero de un bebé, pero entonces lo vi: un pollo de buitre. Imbuido por ese espíritu que inculcó Félix Rodríguez de la Fuente a toda una generación, me arrimé por debajo del nido expuesto en una repisa rocosa, casi sin pared, para no alarmar al pollo. Lo miraría de cerca un momento y seguiría mi camino.
El pollo se irguió con orgullo y entonces, a traición, me vomitó. Era un vómito de color amarillento bilioso, el vómito de una carroña, y el hedor me acompañó refugiado en la nariz buena parte de la bajada. Alcancé el cementerio de Azkarate, luego el pueblo, y tres kilómetros después llegué a Atallo. El próximo autobús tardaría como mínimo una hora, así que fui al bar de la gasolinera.
En aquel momento anunciaban en la televisión el hallazgo de Miguel Ángel Blanco. El del ultimátum. Los de ETA le habían dado dos tiros en la cabeza. La ambulancia lo llevaba al hospital. En medio de la confusión, los reporteros no querían reconocer su muerte. Todo el mundo en España estaba conmocionado.
-¡Hijosdeputa, qué manipulación!, ¡todas las televisiones están con lo mismo…! -gruñó en español uno de los lugareños acodados en la barra. Éramos ocho clientes, dos camareros.
-Cambia, joder…
Nadie dijo nada. El camarero cambió, pero el otro canal de televisión remachaba con lo mismo, y el otro también, y el otro.
Me senté. Pedí desde la mesa un vaso de agua y un café con leche. Solté lentamente los nudos de las botas, me descalcé y posé los pies cocidos con los calcetines contra el suelo frío. La huella húmeda de la transpiración dibujó mis pies en dos baldosas. Silbé una de canción de Aute.
Antes de subir al autobús, tiré los hongos recalentados, macerados en la bolsa negra de la mochila. No tenían muy buena pinta y no los iba a cenar esa noche.

P.D.: Escrito hace 14 años.

4 comentarios:

  1. Anónimo11:22 p. m.

    4 años leyendo tu blog y segundo comentario .Lo recuerdo perfectamente, recuerdo las sensaciones, el creer que se había perdido el miedo a decir lo que pensabas delante de personas como el octavo cliente... pero no duro mucho. De la llama del valor inicial se paso a la brasa apagada de la expectativa.

    Parece que por fin ha acabado...

    PD: Gracias por avisar

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  2. Sublime texto. El del polluelo de buitre bien podría no haber sido el único vómito del día.

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  3. ¡Gracias por tu segundo comentario!
    Estos esfuerzos merecen un verbo: "acrisolar".

    Me voy a esforzar, je, je, a ver si en los próximos cuatro años caen otro dos.

    IK, pensaba en la discusión actual a propósito del "relato", de cómo contar lo que fue ETA. Y eso me animó a colocarlo en el blog.

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