¡Queda tanto territorio guipuzcoano por explorar! Así que bajo del tren de cercanías en Anoeta y a las 10,15 pregunto por el autobús que sube a Alkiza. Dicen que preguntando se llega a Roma, y a Alkiza también, claro, pero el autobús no pasa hasta las 12 y... Camino a Alkiza por el arcén de la carretera (casi 5 km). En Alkiza el bar está cerrado. "Porque la dueña estaba a punto de caramelo y la han ingresado" (contextualizo: embarazadísima). Subo hacia la cara norte del "macizo" de Hernio, exploro rutas y posibilidades futuras. Emprendo la ascensión "de fortuna" a Mako por la cara norte y con nieve helada. Se puede (1.068). Vuelvo a Hirumugarrieta y sigo hasta Zelatum; la borda bar está cerrada, pero memorizo que por los huevos fritos con chorizo cobran 5 euros. Será porque sólo tengo para comer en la mochila higos secos. En el entorno de Sagain me oriento con los dólmenes y busco de dolina en dolina una cueva guardada en mi memoria desde hace...
(Algunas veces me sorprendo con lugares y situaciones que encuentro en fotografías, y me sorprendo porque salgo en esas fotografías con lugares que la memoria desechó, o pasó al disco duro de los sueños o los cuentos).
Encuentro la cueva de Sagain Zelaia (670) y no es la que yo tenía en la memoria (sueño, cuento) de la zona de Asteasu Zizurkil. ¿Estaré recordando un sueño? ¿Seré un personaje borgiano, el sueño de otro? Achaco el delirio a la deshidratación y al hambre. Un trago de agua y cinco higos secos (
David antes de ser rey tomó cinco piedras), voy a tiro hecho. Dejo la mochila en la puerta de la cueva y me adentro. Disfruto de la soledad de la montaña y esto es la soledad en las tripas de la montaña. Bajo siguiendo el cauce de un desagüe natural con un hilo de agua. Gateo aquí, me contorsiono allá, he venido preparado para ensuciarme con un pantalón de plástico y un anorak. Sudo. Al cabo de 20 minutos, llego a una sala enorme, llena de bloques con toda la pinta de haber caído del techo. Algunos se ven recientes, con la roca sin erosionar, sin suciedad. Doy vueltas en silencio por la gran sala rota. Entonces pienso en los amigos a los que traeré aquí. Y me acuerdo de la prudente que guarda una linterna sin usar, por si acaso. Entonces me digo: cuidado, cuidado, ¿qué pasaría si ahora se me apaga el frontal? Vaya... Sudo más. Es una prueba para el ánimo confiado hasta que se me enciende la bombilla (¡plin!): ¡pero si tengo también la cámara digital! Que en el modo de ver las fotografías crearía una luz tenue suficiente para regresar a la superficie. Encuentro un molar fósil de caballo, muchos guijarros pequeños de oligisto limonitizados y murciélagos de herradura.
En formación.
¿Por qué se dice "tienes unas patitas de pollo" y no "de murciélago"?
Asoma la cabecilla...
Al salir de la cueva, estoy agotado. Ha sido una hora de Pilates subterráneo. Como otro puñado de higos y pienso en regresar a casa. Decido bajar a Asteasu, son unos 6 km y llego a las 17,30. Encuentro una cafetería y caen dos vasos de agua, un café y dos lazos de hojaldre que me saben a gloria terenal. Como el autobús pasa muy tarde, sigo 4 km más el trazado de un camino para bicicletas y peatones hasta Zizurkil. Subo al tren de cercanías a las 18,30.
Para mí no hay somnífero más poderoso que el traqueteo del tren, pero viajo pensativo, trato de fijar en el GPS de la memoria la ruta completa, los cruces clave del camino, los recovecos más complicados de la cueva...
Por la noche recibo una llamada telefónica.
Patxi tiene tres motivos para la llamada. El primero: saber si había vuelto. Le había escrito contando dónde iba a estar. O sea, si mi frontal hubiera fallado,
Patxi estaba al quite (unas horas después).
P.D.: Ya aposté por la confianza. Otro día probaré si la cámara digital es suficiente para ver en la oscuridad total.
P.D.2: Dice
Beatriz que los móviles ya vienen con una aplicación de linterna.