Por un momento me siento en comunión con el gótico ("y para los hombres la vida era luz"). Luego, me traiciona un mal pensamiento: otro gótico, dos góticas en una visita a la Casa Blanca. (Seré bobo...). Se va a celebrar una boda y dos vigilantes nos quieren echar del recorrido del ábside. Les ruego que nos dejen dar la vuelta completa. Nos dejan.
Después de la visita, Alfonso y yo tomamos un vino del Bierzo y nos despedimos. Él sigue un día más, llegará a Astorga.
Tomo el tren de la tarde para San Sebastián. Entro al vagón con cargado con la mochila y una bolsa alimenticia, no me acomodo en mi asiento porque un anciano lo ha elegido (junto a la ventanilla mirando en la dirección en la que viaja el tren). Me siento, sospecho, en su asiento rechazado. Abro la bolsa. Saco el medio kilo de pan rústico y lo corto al medio con la navaja. Si alguien no me ha visto en plan almuerzo de bandolero, quedará embriagado por el olor de la cecina (cortada muy fina). Es casi un acto de terrorismo. Me parece que al anciano le bailan las aletas de la nariz cuando encajo los 250 gramos de cecina. Explosión de sabor. Miguillas en la barba.
Imágenes aéreas y luminosas tomadas desde el suelo.
Una lechuza sana sorprendida por el amanecer.
Una catedral gótica, para mí la catedral gótica de España: León. ¡Y se celebraba una boda entre alemán y española! (Jopé con las amigas del novio...).
Tuve que googlear eso de "cecina". Ahora entiendo el movimiento de las narinas del pobre hombre. Muy lindo todo el relato. Yo como buena pocha me quedé con ganas de probar tremendo manjar.
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