A cierta edad lectora (los 25, los 35, los 45, los 55, los 65...: hala, provocando la rima fácil), uno empieza a tener dificultades para encontrar cuentos o novelas que colmen sus aspiraciones. Entonces los ensayos aparecen como tabla-libro de salvación. Y pienso en los libros de ensayos como algo de límites muy flexibles. Ahí incluyo obras tan dispares como Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer, de Foster Wallace; Cómo estar solo, de Franzen; Misterio y maneras, de O'Connor; La felicidad de los pececillos, de Leys; El infierno imbécil, de Amis; La confesión: género literario, de Zambrano; Mímesis: la representación de la realidad en la literatura occidental, de Auerbach; Seis propuestas para el próximo milenio, de Calvino; Como una novela, de Pennac...
Si se puede hacer un paralelismo entre la literatura y la cocina, para mí, los libros de ensayos que reflexionan sobre el hacer
literario (escritores que se meten a explicar cómo escriben, que
tratan de hacer comprender sus lecturas de obras ajenas, incluso que tratan de
comprender la realidad al borde del
reportaje) son lo más parecido que encuentro a los libros de recetas de los chefs. Para lo bueno y para lo malo.
Mucha gente elige a Arguiñano como su favorito en la pléyade cocinera porque cuenta chistes (con gracia), no usa ingredientes raros en su cocina y prepara raciones generosas. Y precisamente echo en falta esas cualidades de Arguiñano en muchos libros de ensayos: prosa sosa, sin gracia, enrarecida por la bibliografía o las referencias inalcanzables, y que, además, dejan al lector con hambre, con ganas de más (un buen libro de ensayos no empacha, pero sacia lo suficiente).
Cambiar de idea, de Zadie Smith, tiene chispa, es accesible y satisface el apetito del lector con un menú variado. Me quedo con sus reflexiones en el proceso de escritura de sus novelas, con la inteligente defensa de la literatura de calidad al margen de etiquetas, con su crónica en Liberia y con su lectura de Nabokov. Leía Cambiar de idea y pensaba en las personas a las que tengo que hacer llegar cada ensayo: Beatriz, Beatriz (no hay repetición de persona), Marta, Ander, Antonio, Paco... Porque la buena comida es, por definición, compartida.
Lo hablaba hace unos días con Paco: echábamos de menos tus recomendaciones literarias. La clavas siempre, puñetero, así que algún día recomendarás 'Teo en el supermercado' y también correremos a comprarlo.
ResponderEliminarMe estoy dando ya un festín con Zadie. ¡
ResponderEliminar¡Mil gracias!
Bea
Gracias, Ander. Es algo parecido a aquello que decía Lawrence de Arabia en la película ("El truco está en no pensar que duele”); el truco está en leer muchos truños. Descarto mucho más de lo que cito.
ResponderEliminarÁnimo, Bea, apretando mandíbula.
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