No me gusta: la entrada a Santiago por el Camino Francés (el que toma la mayoría) es muy fea. En este lugar estaba antes el cartel "Santiago". Este año lo he encontrado desplazado casi medio kilómetro más hacia el centro de Santiago. Leo la recomendación luminosa, pero no hago demasiado caso.
Que me guste o me disguste importa poco: ya no hay posibilidad de insertar la mano en el Pórtico de la Gloria, donde los peregrinos a lo largo de los siglos apoyaron las suyas; tampoco se puede chocar la cabeza contra la cabeza de piedra (los croques, algo me hace pensar en una secular presencia vasca en Santiago). Una barandilla impide dos tradiciones de la llegada del peregrino a Santiago. Seguro que tienen razones para cercar el Pórtico: no puede ser bueno sobar la columna con un injerto de dedos o probar lo testarudo/testarrudo que es uno contra la piedra. ¿O sí?
Este año veo en las camisetas de las tiendas de recuerdos una leyenda que se repite una y otra vez: "No pain, no glory"; casi la misma que me envió Lucía en un correo electrónico digno para mi entendimiento: "Sin dolor no hay gloria".
Ha estado bien este Camino.
Eso dicen, "no pain, no gain", "no guts, no glory".
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