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Rovellones en plena actuación, justo antes de oír el "¡coooooorten!" |
Hace meses que miro los pinares guipuzcoanos desde lejos con ojos de recolector. Desde las cimas oteo este o aquel perfil de pinar "productivo" y marco en el
gepeese de la memoria los lugares que tengo que visitar solo en la quincena mágica del rovellón (
Lactarius deliciosus). Ayer, miércoles 7 de noviembre, fue el día: emprendí el camino de Caperucita, pero sin mi cestita, zigzagueando monte arriba y abajo en una ruta nada casual. Con salida de Andoain y llegada a Anoeta, pasé por la cima de Belkoain, por Aduna, por Zizurkil, por Asteasu... En seis horas de marcha, enlacé los hitos de mi memoria en dos mapas, examiné pinares viejos y jóvenes, vi a mucho
seterosexual (fracasado) que se acercaba con cestita por el camino de los lobos (los coches aparcados en las curvas de las pistas hábiles).
Llegué a la estación del tren en Anoeta con dos bolsones llenos. Hoy puedo decir que ya tengo dos pinares rovellonescos para los tres o cuatro próximos años. Sin huella humana recolectora. Serán refugios de futuros momentos de felicidad.
Cuando rovellones..., rovellones. Aunque no dejé ahí los pie azules (
Lepista nuda) pistonudos ni los hongos (
Boletus edulis).
P.D.: Sí, sí, ya sé, guipuchi robasetas robando en su propia casa...
Quien esté libre de pecado, que tire la primera seta.
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