lunes, octubre 21, 2013

Centro. "Me gusta"


Jonathan Franzen, “El dolor no os matará”, Más afuera, Anagrama, 2012.
(Fragmento del discurso pronunciado en la ceremonia de graduación del Kenyon College, mayo de 2011).

“[…] la transformación que viene produciéndose, por gentileza de Facebook, del verbo “gustar”, que ha pasado de ser un estado de ánimo a una acción realizada con el ratón del ordenador: de un sentimiento a una declaración de la elección del consumidor. Y en la cultura comercial “gustar” es, por lo general, sucedáneo de “amar”. Lo llamativo de todos los productos de consumo –y de ninguno tanto como de los aparatos electrónicos y sus aplicaciones– es que están hechos para gustar enormemente. Ésta es, de hecho, la definición de un producto de consumo, a diferencia del producto que es sencillamente el mismo y cuyos fabricantes no están obsesionados con la idea de que nos guste, como es el caso de los motores de avión, el material de laboratorio, el arte y la literatura serios.
Pero si nos planteamos esto desde el punto de vista humano, e imaginamos a una persona definida por el desesperado deseo de gustar, ¿qué vemos? Vemos a un ser sin integridad, sin centro[1]. En los casos más patológicos, a un narcisista: alguien que no soporta el deslustre en la imagen de sí mismo que supone que el hecho de no gustar, y quien, por tanto, o bien se retira del trato humano, o bien llega a extremos inconcebibles en el sacrificio de su propia integridad a fin de gustar.
Ahora bien, si uno dedica su existencia a gustar, y si adopta la imagen atractiva necesaria para ello, sea la que sea, se suele creer que uno ha desistido de ser querido por ser quien es en realidad. Y si uno consigue manipular a los demás para gustarles, será difícil no sentir cierto desprecio por esas personas, ya que han caído en el engaño. Dichas personas existen para que uno pueda sentirse bien consigo mismo, pero ¿hasta qué punto puede alguien sentirse bien si esa sensación se la procuran personas a quienes uno no respeta?
Entonces, tal vez uno caiga en la depresión o el alcoholismo o, si es Donald Trump, se presente a las elecciones presidenciales (y luego abandone).
Naturalmente, los productos tecnológicos de consumo nunca harían nada tan desagradable, porque no son personas. Sí son, no obstante, magníficos aliados y potenciadores del narcisismo. Junto con su afán incorporado de gustar, llevan aparejado el de ofrecer una imagen mejor de nosotros a los demás. Nuestras vidas parecen mucho más interesantes cuando las filtramos a través de la interfaz sexy de Facebook. Somos protagonistas de nuestras propias películas, nos fotografiamos incesantemente, basta un clic del ratón y una máquina nos confirma nuestra sensación de dominio. Y como nuestra tecnología sólo es en realidad una prolongación de nosotros, no tendremos que despreciarla por ser tan manipulable, como podrá ocurrirnos con las personas reales. Es un bucle enorme e interminable. Nos gusta el espejo y nosotros le gustamos. Hacerse amigo de una persona se reduce a incluir a esa persona en nuestro salón privado de espejos favorecedores.
Quizá exagere, pero sólo un poco. Seguramente estaréis hasta la coronilla de oír a cascarrabias cincuentones faltar al respeto a las redes sociales. Lo que pretendo es básicamente presentar el contraste entre las tendencias narcisistas de la tecnología y el problema del amor real. A mi amiga Alice Sebold le gusta hablar de “saltar al barrizal y amar a alguien”. Lo que tiene en mente es la suciedad con que, inevitablemente, el amor mancha la imagen que el espejo nos devuelve de nosotros mismos. Aquí el hecho elemental es que el empeño de gustar plenamente es incompatible con las relaciones amorosas. Tarde o temprano, os veréis envueltos en una pelea horrible y ruidosa, y oiréis salir de vuestras bocas cosas que os disgustan sobremanera, cosas que hacen añicos la imagen que tenéis de vosotros como personas ecuánimes, amables, interesantes, atractivas, controladas, divertidas y “gustables”. Algo más real que la “gustabilidad” habrá aflorado y, de pronto, vuestra vida cobrará realidad. De repente tendréis ante vosotros una elección auténtica, no una falsa elección de consumo entre una BlackBerry y un IPhone, sino una pregunta: ¿Quiero a esa persona? Y para la otra persona: ¿Esta persona me quiere? No existe nadie cuya personalidad real nos guste hasta la última partícula. Por eso, un mundo donde todo consiste en gustar es en última instancia una mentira. Pero sí existe la persona de cuya personalidad real uno ama hasta la última partícula. Y por eso el amor representa tal amenaza existencial para el orden del tecnoconsumismo: saca a la luz la mentira.
Una de las cosas alentadoras de la plaga de teléfonos móviles en mi barrio de Manhattan es que, entre todos esos zombis enviadores de mensajes de texto y cotorras organizadoras de fiestas con quienes me cruzo en las aceras, a veces veo a alguien que discute a cara descubierta con una persona a quien ama. Estoy seguro de que preferirían no pelearse en una acera, pero eso es lo que está ocurriéndoles, y se comportan de una manera muy, muy poco atractiva. Vociferan, acusan, ruegan, insultan. Este tipo de cosas mantiene viva mi esperanza en el mundo.”


[1] La negrita es mía.



3 comentarios:

  1. Copio, pego y guardo.

    Me ha encantado, muchas gracias.

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  2. Anónimo1:29 a. m.

    Me ha parecido un muy buen discurso. Y quisiera agregar un pensamiento sobre el “me gusta” que va en la misma línea. Creo que muchas personas hoy en día buscan sedantes. Y el “me gusta” es uno de ellos. Su función es evitar la frase, así como la del mensaje de texto es evitar la llamada o el contacto personal. Pareciera que, cada vez, cuesta un poco más enfrentárseles a las personas, hablarles con honestidad. Somos muy sensibles ante las situaciones incómodas. Y el “me gusta” es un buen escudo, posee ciertas características aparentemente positivas: a través de él, uno cumple con el otro pero no se expone, tampoco se esfuerza en elaborar nada. Es como si del sistema decimal hubiéramos pasado al binario. Un “me gusta” nunca podrá ser cuestionado, criticado, ni motivo de burla pero tampoco a la inversa.

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  3. Gracias. Este texto resulta revelador y necesario.

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