Amanecía cuando vio al hombre vestido de chándal en la parte más alta del arco del puente, cuando vio su gesto agotado, casi desencajado. La empatía es un don y él pensó en la desesperación del hombre que empezaba a auparse en la barandilla, que amagaba con proyectarse hacia el vacío: a la de una, a la de dos... El puente era modesto, el cauce ridículo, la altura suficiente. Y corrió hacia el suicida, y se abalanzó sobre él. El suicida gritó en el suelo con su salvador encima: "¿Estás loco!". El salvador respondía a destiempo también con gritos: "¡No lo hagas!, ¡no lo hagas!". "¿Que no haga qué?, ¡imbécil!".
¿Cómo distinguir al suicida del corredor que termina su entrenamiento con unos estiramientos? Es lo que tiene la empatía al alba, pensó el triste salvador.
_Lo que haré cuando termine el entrenamiento, estirarme.
ResponderEliminar_Lo que haré cuando termine el entrenamiento es tirarme.
No es lo mismo.
Echaba mucho de menos estos cuentos tuyos
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