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En el glaciar de Vignemale, ante Pitón Carré y Chausenque, descenso contemplativo. |
Hace dos años, una vez cumplida con la ascensión a Cerbillona por el corredor de la Moskowa, pensé en hacer una muesca en el piolet como marca de una sensación de plenitud, de una jornada única. Pensaba que no repetiría la ruta, no tanto por la dificultad sino por la plenitud de la jornada. "Ya está", me dije. Esto es para pasar el dedo por el resalte de esa muesca de vez en cuando... Pero, quizá porque envejecemos mal y no nos bastan los recuerdos, porque no somos fieles ni a nuestros pensamientos de plenitud, o porque no hice esa muesca,
Ángel y yo volvimos al corredor de la Moskowa el 3 de julio.
La víspera pernoctamos en el refugio del Cerbillonar y cenamos los bocadillos que encargamos en Bujaruelo. El cielo amaneció despejado, desayunamos austeros y sopesamos las mochilas... Estaba claro que repetíamos un error pesado. Pero en esta ocasión sabíamos que más allá de los 2 200 de altitud no hay agua, excepto si fundes nieve, y bebimos y cargamos las cantimploras en el último manantial, llegamos a la cubeta nevada ante el arco de las marmoleras entre Central y Montferrat, y acometimos la pala de nieve (crampones, piolet y sudores) previa a la chimenea (II+), cumplimos con un almuerzo frugal (una docena de huevos de perdiz cocidos) y subimos directos a Cerbillona por el último tramo despejado de nieve (descartamos el acceso al collado de Lady Lyster, más inestable por las piedras sueltas).
Y cuando bajábamos por el glaciar de camino a Bayssellance para pasar allí la noche, ya empezaba a pensar que volveré a subir por la Moskowa.