miércoles, septiembre 08, 2021

El octosílabo

Nos acercamos a unos rastrojos agostados en septiembre. Los han pisado las ovejas y el suelo está duro. Solo la carrigüela verdea cerca de unos montoncillos de paja. Entonces me sonrío. En España, me digo, los poetas clásicos se echan al monte... Ya quedan pocas oportunidades para decir o escribir rastrojoagostado, carrigüela... Estoy a punto de añadir pegujal. En fin, ya está, lo he hecho.

Los rastrojos tienen esa poesía de la austeridad, de lo esencial, de lo seco (casi de lo aromático) que anima a respirar hondo, a la atención plena. Poesía del secarral; de la cagarruta, el terrón y la paja (a menudo en el ojo); que se permite, incluso, la evocación, el recuerdo del paraíso perdido: verde y amapolas; trigo, cebada y rojo.

Y entonces, en el rastrojo, me digo que tengo que escribir o decir argaya en mayo, antes de que la arranquen del diccionario, antes de las cosechas. Me vengo arriba. Ya tengo hasta una metáfora preparada: espuma de las olas en campos de cebada.

Debería añadir: acamados. Por el viento, claro. Sí, podría. La oportunidad, hay que encontrar la oportunidad...

Me vuelvo:

-¿No te parece que hay una poesía de lo mínimo en el rastrojo?

Ella me mira, pupila marrón, compasiva, sin paja. Me dice:

-A mí solo me recuerda la expresión: "Como puta por rastrojo".

No canta ni un pájaro. Y pienso bien callado: joder con el octosílabo.

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