Jaizkibel (Guipúzcoa), arenisca.
El hipnotizado tenía cerca el mar, el rompiente agitado y todo un horizonte de posibilidades para alejar mirada (cabos, barcos, nubes, gaviotas...), más cerca algunas flores de tojo y carrasquilla azul. Pero la mirada del hipnotizado parecía tallar la roca arenisca. Y, sin dejar de mirar, primero apoyó una mano en una roca ancha, a unos metros del estrato. Después se sentó en ella y se quitó la gorra y las botas. Ya había adoptado una postura de yogui cuando llegué a su lado (en la senda). Pero él estaba en otra parte: ¿pensaría en la profundidad abisal de un mar del Eoceno?, ¿relacionaría el color rojizo de la roca con la primera hamburguesa de carne artificial?, ¿querría liberar unas paramoudras de ese estrato?
-Adiós -dije al pasar.
Una lagartija se escabulló de mí y se le subió a un calcetín.
Él se mantuvo en silencio, inmóvil.
La lagartija cabeceó, miró a izquierda y derecha, y corrió a esconderse bajo una piedra.
Precioso texto para unas rocas que se llevan mis horas, miradas y fotografías...
ResponderEliminarJuan.