Ayer caminé unos 25 km por montañas, sobre todo por bosques. Hoy examino las fotografías de ayer. Y encuentro el buzón de Ulizar, la fuente de Uli, la entrada en Gaztelu y hasta una geométrica flor de la pasión -o maracuyá-. (Hay, cómo no, un surtido de setas: ilarrakas, edulis, pezizas…).
Pero falta una fotografía. Una imagen que, si me pongo a pensar, estaba anunciada. Al mediodía bajaba de Gaztelu a Tolosa por una GR marcada con pintura blanca y amarilla. Una ruta que, curiosamente, enlaza por los cementerios: de Gaztelu a Leaburu, después en Ibarra se ve el cementerio, pero no se pasa por él.
En la salida de Leaburu, me atacó un doberman. Lo vi venir con una seguidilla de perros paticortos, los típicos bullangueros de caserío. Me entró una ilógica confianza porque no invadía terreno privado. Me detuve y, en un segundo, me coloqué en posición de bateador con los bastoncillos telescópicos que acababa de recoger. El doberman corrió unos cincuenta metros hacia mí… Y se detuvo a tres o cuatro metros en una frenada algo ridícula. La dueña del doberman, y de la jauría ladradora, se encontró con esa imagen: su perro mordedor raspando el culo en frenada, como si tuviera lombrices; el montañero en posición de bateador. (¡Lastima de fotografía!). Ella gritó, y el doberman arrugó el hocico, enseñó la dentadura (impecable) y me dejó el paso libre.
Una revuelta más allá, el camino me empujaba a una carretera menor. Allí vi un perro negro de mil leches, con andares despreocupados de perro joven. Ya no era cachorro pero algo le quedaba… Poco, en realidad, porque apareció un coche veloz y lo atropelló. El perro hizo un ruido de nuez reventada dentro de un trapo, un CROC amortiguado, un GROG. El coche aminoró su marcha unos metros, luego aceleró y desapareció.
Un reguero de sangre descendía por el asfalto. El coche le había golpeado en la cabeza y le había sacado un ojo. El perro muerto conservaba el calor de los vivos y esa flexibilidad en los músculos que se resistían cuando lo pateé para sacarlo de la carretera. (Odio las alfombras de piel y vísceras de las carreteras).
Bien, horas después comprendí que no tomé la fotografía del perro muerto. Y hubiese sido una imagen impactante. Horas después escribo, no pretendo ser impactante. La escritura y la fotografía tienen tiempos muy diferentes. Y yo soy un hombre lento, por más que esperara al doberman.
Los tiempos de la escritura. Me he acordado de la diferencia entre los montañeros de los años 20 que pasaban meses escribiendo sus relatos y los de hoy en día, con el mail y la conexión vía satélite al servicio de la instantaneidad y en perjuicio de la reflexión:
ResponderEliminar"Según Anker, una consecuencia de que ahora los montañeros narren sus andanzas en tiempo real es que escriben textos bastante cochambrosos: “Después de cada una de las expediciones de 1921, 1922 y 1924, sus integrantes se esforzaron durante meses para recoger en unos volúmenes monumentales las vicisitudes de los viajes. Esos libros (Mount Everest: the reconnaissance, The assault on Mount Everest y The fight for Everest) se han convertido en clásicos (...) y contienen algunos de los pasajes canónicos de la rica literatura del alpinismo. En cambio, en la avalancha de informes publicados por los miembros del grupo que encontró el cadáver de Mallory en 1999 sólo se logran estallidos inarticulados de entusiasmo: ‘Aún estoy alucinando por lo de ayer. Encontramos a George Mallory y fue un día increíble’, escribió Dave Hahn. ‘Bajamos del área de búsqueda y fue una jornada interesante’, comentó Jake Norton. ‘Fue estupendo estar ahí con Mallory’, explicó Tap Richards”.
http://vespana.blogspot.com/2006/05/grumos_114651595533630777.html
(En mis tiempos ciclistas, teníamos una contraseña para avisar al que venía detrás de la presencia de un gato espachurrado en el arcén: ¡¡Gatorade!!)
Jaja. Lástima no tener foto del bateador con el doberman.
ResponderEliminarNo puedo creer que no haya una foto con hongos. ¡Felicitaciones! ;)
los tiempos en la escritura. Un poquito de distancia. Por eso a veces se puede escribir tan crudo.
ResponderEliminarNo sabía que la flor del maracuyá era la flor de la pasión. Esa foto me trae el recuerdo de la ex casa de mis abuelos, donde pasé muchos días de mi infancia. ¡Gracias!
ResponderEliminarNotecontarénadanuevo, ¿qué será de la dieffenbachia -creo que se escribe así...- de Edil Hugo Prato?
ResponderEliminarAnder y J., cuando leo a los nuevos narradores estadounidenses, creo ver en demasiados una conciencia/complejo de esa distancia entre la "acción real" y la escritura. Parece que esa acción es dominio de la tele y de la publicidad, y muchos de estos escritores pugnan para no quedar rezagados de sus "tiempos plumíferos". Pero no sé si esos tiempos que persiguen con los textos más audaces son, de verdad, los tiempos de la escritura.
Mitacuauy, no me dio tiempo ni de agobiarme.
Eresfea, tuve que buscar dieffenbachia, en las imágenes de google, porque no sabía qué era. No sé nada de la planta, voy a ver si la recupero para mi jardín. Si logro conseguirla, y si quieres, te la puedo prestar para tu nueva casa en Montevideo.
ResponderEliminarBeso.
El sábado, un doberman casi come a Josefina, casi; en caso que lo hubiera hecho, iba a aparecer despedazado en la carteara.
ResponderEliminarEs bella el maracuyá.-