Conozco a un cincuentón que pasa el año en Montevideo. No trabaja en nada, simula unos horarios de esparcimiento y, por eso, parece ocupado. Las rentas de unos ahorros que él no juntó le permiten vivir tranquilo y comer fuera de casa todos los días (predilección por la pizza de mozzarella con ananá…).
Cuando llega el verano, espera nervioso la noche del 24 de diciembre. Se encierra en casa la tarde del 24 de diciembre. Hasta el 26 o el 27, camina descalzo, no se ducha, descongela los alimentos precocinados en el microondas (sin campanita de aviso final), ve la televisión por cable con los cascos puestos, casi todo el 25. El 26 o el 27 de diciembre, en secreto, sube a un avión y viaja a España, a la casa vacía de su difunto padre en Pamplona (capital de Antiguo Reyno de Navarra).
En el tránsito aéreo de Madrid a Pamplona, se coloca una alianza en el dedo adecuado. Cuando le preguntan por su mujer, dice que es viudo, pero que no se la puede sacar (mirada melancólica repartida: hacia el anillo, hacia la curiosa). Y tiene la manía de caminar por las calles pamplonesas con una libreta, mirando arbolitos de aceras y paseos, y anotando algunos datos de vez en cuando. Uno de sus lugares favoritos es el campus de la Universidad de Navarra. Allí saluda a un profesor que se llama Antonio.
-Muchos recuerdos para Ester, Juan y Fátima.
Sé qué anota, y lo conozco bien porque es un personaje secundario que he imaginado para una historia más grande. Pero me gustaría saber qué pensáis que anota.
P.D.: También le gusta comer castañas asadas.
Nidos.
ResponderEliminarBrillante, Ander. ¿Por qué nidos en invierno?
ResponderEliminarYo creo que anota números de portales. E intenta calcular los pasos que separan su casa pamplonesa de su casa en Montevideo. Con marea alta y con marea baja.
ResponderEliminarUf, pregunta difícil para mí. Sé que mira nidos porque es un personaje tuyo. Y sé algo de Josean, pero no sé nada de nidos.
ResponderEliminar¿Tendrá algo que ver con el cambio de hemisferios? ¿Al montevideano le sorprenderá alguna costumbre nidificadora invernal de las aves urbanas pamplonesas? ¿Qué les pasa a los nidos pamploneses en invierno?
Da alguna pista, anda, o que algún lector ornitófilo solucione el enigma...
Tu personaje es delicioso.
ResponderEliminar¿Tiene algo en común con las aves que construyen esos nidos?
En invierno los árboles se deshojan y dejan al descubierto los restos de los nidos que se construyeron en primavera y que los pájaros utilizaron durante el verano, antes de emigrar a latitudes más cálidas. Tu personaje hace el viaje inverso huye de la época más cálida hacia temperaturas más gélidas.
Algunos pájaros en primavera regresan a los nidos que abandonaron el estío anterior y son capaces de reconstruirlos. En algunas especies, los machos crean hasta tres nidos y sólo hasta que consiguen una hembra que es la que elige el nido, entonces, completan su construcción. Donde la hembra colabora y finaliza la obra. Tu personaje vive de las rentas (¿de viejos pisos -nidos-?) y regresa a una ciudad familiar. Hasta aquí mi perorata personal.
Anota algo progresivo. Un cambio. Anota cambios de año en año. Hace un inventario.
Bonito detalle el del Antiguo Reino. Se agradece la divulgación. ;-)
Y... ¿Cuántos de los pájaros que anidan en el Pirineo y atraviesan el Atlántico llegan a su destino?
P.D.: Saludos a Antonio.
Segundo paso brillante, me inclino, Caravinagre. Casi está completo...
ResponderEliminarComo Ander, tampoco entiendo de nidos, por eso creo que no anota nada. Si se parece a Antonio, y bien podría parecerse en eso, se acuerda aunque de otra manera, claro. No necesita anotar nada. Observa y escucha y, quizá, hace que anota.
ResponderEliminarCorrijo:
ResponderEliminarComo Ander, tampoco entiendo de nidos, por eso creo que no anota nada. Si se parece a Antonio, y bien podría parecerse en eso, se acuerda de todo -aunque de otra manera, claro-. No necesita anotar nada. Observa y escucha y, quizá, hace que anota.
Caravinagre, me dejas (como tantas veces) con la mandíbula colgando.
ResponderEliminarDe todas formas, Ander, yo tampoco entiendo mucho de nidos (o nada). Y de hecho, no se me hubiese ocurrido que lo que anotaba eran nidos. Recuerdo por este blog la afición de Josean por los nidos pero no se me hubiese ocurrido nunca. Como ves, hacemos un buen trabajo en equipo.
ResponderEliminarEn invierno en Pamplona aún se ven en las ramas desnudas de los árboles las marañas de los nidos abandonados.
Como te dije, Josean, tú también eres un ave migratoria. Disfrutas de dos veranos el austral y el septentrional.
P.D.: Tengo una bonita afición a acumular conocimientos inútiles. Y google la acrecenta.
Seduce el personaje... en las primeras líneas veía a Lincoln M. o un primo de Eresfea...
ResponderEliminar¿Con cuajo?
Y otra cosa: ¿el orden de los blogs recomendados?
Comienzo con la recomendación. Ya conversaremos.
No sé nada de nidos, pero creo que igual no es eso lo que escribe. En realidad puede que ya no escriba sino que esté mirando sus antiguas anotaciones, probablemente al tener dos vidas, una montevideana y otra navarra, para no confundirse lo lleve todo apuntado. Quizás es medio tonto, ya me dirán.
ResponderEliminarA veces, en los árboles del campus, hay objetos varios que ha arrastrado el viento: bolsas, papeles, una bufanda mareada... A mí me gusta mirar cómo se curvan las ramas por culpa del viento continuo, y es curioso cómo algunos árboles resisten e incluso unos pocos parece que se inclinan contracorriente.
ResponderEliminarHablando de nidos, en algunos de esos árboles hay unas casitas de madera, justo debajo de la copa, y yo siempre le digo a Miguel -aún estando casi segura de estar equivocada- que son para que aniden los pájaros vagos, pero vete tú a saber si el cincuentón no anda detrás de eso. Por si sirve de algo...
Besos.
Bea
Los objetos también forman parte de algunos nidos, Bea. Es una salida...
ResponderEliminarNadadenidos, nada tonto el comentario.
Son nidos, son nidos de aves que criaron; algunos, aún, con sus cagaditas al borde (no señuelos de macho para estimular a la hembra).
Él anota los que criaron en ese año que termina. Y lo hace en esas fechas porque siente que debe regresar a la casa paterna cerca de la Navidad (no diré hoy por qué no regresa precisamente en Navidad) y porque cuando mejor se ven los nidos es cuando no hay hojas en los árboles (aplastante lógica).
Y cada año que pasa, cuando viaja y se coloca la alianza como disfraz, se siente por momentos anillado como un pájaro viajero.
Más: su padre coleccionaba nidos, y en su casa conserva una especie de vitrina con nidos colocados en sus ramitas, con etiquetas propias del siglo XIX.
Y, él, una especie de "mirlo blanco" por su rareza (aquí me guardo aún la rareza). Se aferra a la fidelidad de lo que fue el amor recibido. Su padre le quiso, su padre le enseñó lo de los nidos. Y ahora él continúa modestamente su labor. Anota las novedades en la libreta, una Moleskine, como la que usaba su padre.
Qué buena pinta. Y qué Josean es todo.
ResponderEliminar(Me gusta todo menos la Moleskine: una pequeña manía contra este icono de muchos esnobs. Prefiero los cuadernos escolares de 75 céntimos, no sea que el contenido de los cuadernos valga menos que el continente).
Vaya. Mi teoría ágrafa hizo agua. Gran pedrada. Pero me alegro. Prefiero ésta.
ResponderEliminarTiene que ser Moleskine, porque tiene un prólogo adjunto con la historia de la libreta, en varios idiomas, alemán entre ellos.
ResponderEliminarVaya, por la mañana escribí un comentario que ha desaparecido en la misteriosa red.
ResponderEliminarMe había adelantado yo también a decir que el detalle de la Moleskine me parecía muy modernista. Se han puesto de moda hace relativamente poco y valen a doblón. Vale que la marca envolvió a las más famosas letras y dibujos del s. XX, de acuerdo, pero hoy son un complemento "modernista" (de moda y de modernos).
Lo que hemos visto asomar de la historia deja muy buen sabor. Casi desvelamos todo el asunto, pero mejor no desvelar mucho más, que esta historia tiene una miga muy sabrosa.
Abrazo.