En su familia nadie daba las gracias ni pedía perdón. Las gracias sobraban y el perdón era divino. Por eso, y porque vivía en un cortijo, quizá estaba algo alejada del mundo, ése que veía y escuchaba en la televisión. Siempre le había parecido una exotiquez la verborrea sentimental de las películas y series de televisión americanas.
Dime que me quieres.
Te amo, te necesito.
Te amo, mami. Yo también te amo, cariño/tesoro (al teléfono).
Y esa curiosa obligación que tenían de perdonar todos los personajes. Nada era más ruin que negar el perdón al personaje que lo pedía. El colmo era cuando pedían perdón a un solo personaje, pero con espectadores. Ahí se sabía el resultado: el perdonador no tenía más opción que perdonar y los espectadores aplaudirían. Entonces ella pensaba en aquello que le dijo su hijo: los cristales rotos son azúcar; la sangre, tomate… Y ella imaginaba que en esos perdones también había algo falso, imposible, pero no se lo conseguía imaginar con claridad. Tenía que preguntárselo a su hijo.
Algo de todo esto le vino a la mente de una manera confusa cuando viajó al País Vasco con su hija para encontrarse con su hijo muerto. Y estuvo a punto de dar las gracias cuando vio que no le habían estropeado el rostro. Lo besó.
Se negó a regresar en el coche que le ofrecía el Ministerio. No había dado las gracias antes, no las daría ahora. Volvería con su hija en un autobús. En la cola, para comprar el billete, alguien la empujó. Al momento oyó:
-Barkatu, ¡eh!
Era una chica con el pelo en un tono de granate y con el flequillo cortado por un hachazo.
-¿Qué?
-Perdona, ¡eh!
Nunca antes había oído ese ¡eh! Ni en la televisión.
¡Ay!
ResponderEliminar1. Interj. U. para expresar muchos y muy diversos movimientos del ánimo, y más ordinariamente aflicción o dolor.
¡Qué duro!
Uf. Tremendo.
ResponderEliminarEresfea se pone serio. Me ha parecido genial, de verdad, pero voy a volver a ver al elefante africano de Buenos Aires para levantarme el ánimo. Vamos, elefante, ¡alégrame el día!
ResponderEliminarNo hay mas soluxió!!
ResponderEliminarPuta vida, Miguelhernández diría
ResponderEliminar¡Cuanto penar para morirse uno!
me gusta mucho este texto porque tiene algo romántico pero enojado a la vez.
ResponderEliminarDuro como cadenazo en los dientes.
ResponderEliminarCada vez nos cuesta más dar las gracias..., y más aún decir de nada.
No hay nada que duela más que la verdad y el desengaño -tal vez más que la muerte de un ser querido-.
ResponderEliminarhttp://fotoruffian.blogspot.com/
ResponderEliminarpara que le eches un vistazo. Tiene algún comentario de su viaje por Argentina. Parece que el hombre sufrio un poco. Saludos.
"Y ella imaginaba que en esos perdones también había algo falso".
ResponderEliminarYa me veo a Rach, aplaudiendo en la primera fila ;)
Por cierto, muy bueno. Triste, sólo si se ve la muerte como un final.
La curiosidad me puede, ¿de qué murió el hijo?
Lo mataron.
ResponderEliminarUhhh, Eresfea, excelente,siempre leo , perdon por no comentar. Abrazo. Ali
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