No sé qué vocación se resuelve sacando de paseo a un tullido, pero a ella todo le parece estupendo: la silla de ruedas, la manta escocesa sobre mis rodillas, esta hora de trabajo por la que no va a cobrar, la excursión por la Ciudadela, el airecillo de la tarde. Se llama Federica, pero quiere que le llame Fede.
-Es un nombre de mensajería… –le digo para fastidiar.
-¡Uy, qué gracioso es usted! –exclama sin ironía.
Conduce mi silla y comenta el paisaje. La hierba le gusta mucho.
-¡Qué bonita está la hierba!, ¿no le parece, Jorge?
-La hierba es así…
-Me gusta pisar la hierba descalza, ¿le importa si me quito los zapatos, Jorge?
-Sí, Federica.
-¿Que sí que le importa o que sí que me los quite?
Me desarma.
-No…, que hagas lo que quieras.
-Pues no me los quito -y sonríe rotunda.
No sé por qué, pero respiro aliviado. No es común que una cuidadora se descalce, así sin más. No me había pasado nunca.
-¿Y qué hacía cuando podía caminar?
-¿Eh? Caminaba… –le digo atónito, y es curioso, porque su pregunta no me ofende-. Incluso subía y bajaba, no sólo llaneaba. Era montañero.
-Y si tuviera que caminar, otra vez más, aunque sólo fuera una, ¿por dónde caminaría?
Estoy confundido, pero su falta de tacto me ha tocado la fibra sensible. Trato de ganar tiempo:
-Federica, ¿así te han enseñado en Enfermería a tratar a los pacientes? A ver, querida, no puedo mover las piernas. No conviene que charlemos del asunto, a lo mejor me frustro y me deprimo.
-No creo, Jorge.
Definitivamente, esta muchacha es una optimista a toda prueba.
-Yo puedo moverlas un poco por usted.
-¿Qué?
-Las piernas.
Y vaya que si puede, me aparca en el camino entre las praderas y da un par de vueltas alrededor de la silla de ruedas, con pasos de ballet.
-Jorge, yo camino mucho, es bueno para perder peso, ¿no le parece que estoy un poco gorda?
-¿Gorda? No, estás un poco desquiciada.
-¡Ja! Cuando me case y tenga hijos, voy a aprovechar para comer todo lo que me gusta.
-Elegiría una pradera de montaña, en los Pirineos –la interrumpo.
-¡Qué bonito!
-Sí, una vieja pradera en primavera, con perrechicos.
-¿Qué son los perrochicos?
-Setas.
-Jorge, ya sé... Usted se queda aquí y me mira. Voy hasta allá -señala algún lugar-, y vuelvo. Camino un poco por usted y me fijo si hay perrochicos, ¿qué le parece?
Me parece que este césped nunca tendrá perrechicos, que me ha tocado una enfermera de prácticas loca, que… Y, al tiempo, me gusta que sea así. No le digo que no hay perrechicos en los jardines ni le explico en qué consiste una pradera vieja. Para qué. La dejaré, a lo mejor encuentra un champiñón. No sé por qué, pero estoy convencido de que es bueno que pasee y que mire la hierba.
-Me parece bien, Fede.
Ella se aleja con pasos largos, mira a derecha e izquierda.
Qué fácil haces que se encariñe uno de ciertos personajes.
ResponderEliminarMe ha gustado, y mucho.
Gracias, Sergio Serapia.
ResponderEliminarSiempre me acuerdo de este relato, eresfea. Lo releí hace poco en mi mente por casualidad. Un abrazo. Espero verte pronto.
ResponderEliminarCormac McCarthy es un maestro en el uso de la conjunción "y". ¿Concordamos? Me parece, por lo que estoy leyendo de él. ¿Es de tus preferidos, no?
ResponderEliminarSí, anónimo: preferido y concordamos. Y maestro de mucho más. Sólo fíjate en un detalle: cada vez que asoma una comparativa, un como, es para deslumbrarse.
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