martes, enero 17, 2012

Camino de Santiago 2012 Parte I: De Castrojeriz a Población de Campos (29km). Excusas, esclusas y caridad.

Una coreana, un italiano, un brasileño, un madrileño y un donostiarra desayunan en el albergue municipal de San Esteban, en Tardajos (Burgos)... Y esto, que parece el comienzo de un chiste, es un agradecimiento a Paco, el hospitalero que pone leche, mantequilla y mermelada en la nevera; que deja tostadas y galletas, que tiene una alacena mínima con Cola Cao, café soluble, té... y un microondas que termina de solucionar el desayuno.
El 3 de enero salgo caminando solo de Castrojeriz a las 9,10 y llego a Itero de la Vega a las 11,25. En ese tiempo veo más setas de cardo, el yeso espejuelo de la subida a Mostelares y poco más, porque la niebla es tan densa que chispea y se me empañan las gafas. Pero cuando cruzo el Pisuerga y entro en Palencia no puedo evitar buscar algo para "aprovecharme". Pienso en la expresión "Aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid", que sirve de excusa para soltar a continuación cualquier cosa, y la cambio hasta un "Aprovechando que el Pisuerga pasa cerca de Itero de la Vega". La guardaré como un comodín, ya veré qué añado, rumio cuando en el interior del bar y hostal Fitero (café con leche y hojaldre), de Itero, encuentro la máquina que supera mis ocurrencias. Como se ve a simple vista, no pasa por diseño italiano. La silla es eléctrica, y hace pensar en la silla eléctrica (la otra), pero masajea pies y pantorrillas. (Creo que a este cruce de pensamientos lo llaman eclecticismo).


La salida de Itero me aporta otro conocimiento más, "Aprovechando que el Pisuerga pasa..." me adentro en una zona de peligro singular, puesto que a las habituales señales que advierten del peligro de los ciervos saltando, aquí han añadido la valla que demuestra, tal vez, la naturaleza atlética de estos ciervos. Quizá hasta saltan coches a su paso. Quién sabe.


En Boadilla del Camino doy la vuelta al rollo gótico en busca de una fuente. Moraleja: merece la pena beber agua en la fuente de la entrada al pueblo. Camino 2 o 3 kilómetros más hasta alcanzar el Canal de Castilla. Resulta placentero llanear en paralelo al canal, observando las aguas. Poco antes de entrar en Frómista están las esclusas, y no son cualquier esclusa, no. Según el cartel explicativo: ¡"la esclusa cuádruple"! Que si se añade al aprovechamiento de que el Pisuerga pasa por... (Contente, contente, me digo).

 La esclusa cuádruple: esclusas 17, 18, 19 y 20.

En Frómista, la iglesia de San Martín está cerrada al mediodía y el albergue municipal no se abre por la noche. Así que ya engo una "esclusa" sólida para despachar la visita al pueblo con un café y seguir hasta Población de Campos. El tramo es una recta que no llega a los 4 km y camino con el peregrino de Madrid: Alfonso.
El camarero del bar (el bar abierto) nos abre para la compra el ultramarinos del pueblo. El refugio municipal está abierto y cobran 5 euros. Ofrece literas y mantas, y duchas de agua caliente. No tiene calefacción, "que alguien se la llevó" (lo oiremos varias veces). Lo lleva la señora Carmen, la misma que regenta la casa rural y el hostal cercanos. En el hostal nos ofrece una cena estupenda. Para empezar, sopas de ajo (tripitimos). La oferta de filete con patatas o tortilla de patatas se desvanece en la segunda conversación a propósito del segundo plato. Carmen toma el mando y ya sólo ofrece tortilla de patatas. Cuando llega con las tortillas, comprendo el porqué: está orgullosa de sus tortillas. Luego nos trae una sencilla ensalada. Y de postre fruta o yogur, o, basta un comentario mínimo, los dos. Y chupitos de orujo.
Poco antes de cenar llegó un italiano de la zona de Padua y con los muy ojos abiertos como un pasmarote, casi no parpadeaba, pálido, los labios amoratados, el cuerpo tembloroso. Se expresaba en inglés (a pesar de que algunos creeemos que el italiano parsimonioso es comprensible). Se había perdido al atardecer, que hacía mucho frío, que le dolía una ingle, que le habían acercado desde Boadilla (con parada inútil de por medio en el albergue cerrado de Frómista). El temblor de una mano era indomable. Después de la ducha de agua caliente, en la calidez del hostal, después del primer plato de sopas de ajo (Alfonso y yo ya comíamos la tortilla de patatas), comprendimos que lo de la mano no era cosa de frío, sino su temblor habitual. Él pidió una rebaja a Carmen para dormir en el hostal. Sospecho que ella deseaba que se lo pidiera desde que lo vio llegar aterido

El 4 de enero desayunamos en el hostal de Carmen: rebanadas de pan tostado, sobados, café para repetir. El italiano de Padua seguía durmiendo. Y Carmen nos pidió que rezáramos un padrenuestro por ella en Santiago.


1 comentario:

  1. ¡Qué envidia! ¡Qué hambre! (y no necesariamente por ese orden)

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