Cómo llegué a conocer a los peces, del checo Ota Pavel (1930-1973), es una especie de autobiografía esencial organizada en relatos alrededor de experiencias de pesca del autor. Los relatos del pescador consiguen expresar con detalle las incidencias de las capturas (que no es poco), pero, más allá de la pesca en el río Berounka, en el mar Negro o el Báltico... narra lo inefable: las caras del heroísmo en "Pueden hasta matarte"; la pasión de la pesca en "Los bonitos"; la necesidad de comprender por encima (o por debajo) de las apariencias en "De pesca en submarino"; el amor y la fidelidad esforzada en "Las anguilas doradas"...
¡Qué difícil es elegir! Los relatos de Pavel forman parte de un todo, del discurrir de una vida, de la comprensión de la realidad adquirida a lo largo de esa vida que se escribe en los momentos hábiles en las idas y venidas de un trastorno bipolar que le sacudió en 1964, cuando cubría los Juegos Olímpicos de Innsbruck.
Dicen que no hay que fiarse de los cuentos de un pescador, pero cualquiera sabe que hay que fiarse tanto como de un autobiógrafo. Y que la fábula del pescador es la mejor ciencia para expresar la verdad.
Aquí debería detenerme, pero estoy desatado y é
sta se convertirá en la entrada vinculada con las lecturas (y más) más larga de eresfea. Escribo con premeditación y no estoy tan arrepentido como Juan Carlos I, pero, usando sus palabras, anticipo: "no volverá a ocurrir". Cómo llegué a conocer... merece un podio en mis lecturas y que cuente al menos tres historias relacionadas para hacerme comprender (o no).
1. La primera tiene que ver con esas lecturas que marcan hitos en la vida. Si sois lectores me comprenderéis, se puede medir el tiempo con esos libros que definen etapas vitales. Reconozco los tres últimos libros de relatos que han levantado hitos intermedios:
La casa más fea del mundo, de
Ho Davies,
Los voladores, de
Stamm, y
Las crónicas de la señorita Hempel, de
Shun Lien Bynum. Y aquellos hitos definitivos:
Los nuestros,
El maestro y Margarita y
En la frontera; y los relatos de
Cortázar y de mi adolescencia; y, antes, la lectura de la
Biblia.
2. La envidia.
Paco ha dicho más de una vez que en la escritura cuenta mucho la envidia que inspiran algunos autores y que animan al trabajo, a la imitación... Se lo había oído al menos dos veces. Y estaba de acuerdo, pero no había llegado al grado de envidia
suficiente. Porque no se me pasó por la cabeza convertirme en el autor de la
Biblia (la envidia era ahí la demostración del cero); con dieciséis años,
Cortázar me parecía inalcanzable como el picado de un halcón; sí sentí una envidia más cercana con los personajes de
McCarthy a caballo... Pero fue llevadero.
3. Soy pescador. A ver, esta definición precisa también un comentario. Me lo dijo una vez
Víctor: que él sabía que era un jugador de ping-pong, que tenía un don, unas cualidades para el ping-pong con las que podría... (llegó a citar a
Zidane para explicarse). Yo tengo dos correos electrónicos con un nombre que la gente escribe mal: karraspio. El karraspio es un pez de roca, un panzón pequeño y espinoso, que no vale gran cosa en la sartén, pero que me convirtió en algo que ya era: pescador. Porque, poseído por la pesca, pienso que todos los niños nacen pescadores, pero que sólo unos pocos le dan carrete al don. (Seguro que encontráis motivos en los ríos contaminados, las costas esquilmadas, las clases de apoyo después del colegio, la falta de tiempo de padres y abuelos, la abundancia de peces en el supermercado...). Sigo con el testimonio: recibí mi primera caña en 1979, después de mucho pedir; en 1982, mi abuelo me compró una caña telescópica enorme que tardé meses en domar; en 1983, heredé la caña mixta (bambú y fibra de vidrio) de mi difunto abuelo; y he pasado once años sin pescar. No importa, soy pescador. Volví en agosto, a la cala de Tximistarri, en San Sebastián (todavía). Marea baja, dos horas montando aparejos para los amigos que me acompañaban, restaurando sedales podridos y enredos, atando anzuelos que se pierden en el fondo rocoso... Anzuelos pequeños (nº10) para morros finos, pesca de fondo al tiento, cebo de karrakela (bígaro). Tuve un momento y saqué una doncella (pez). He pescado en el Pacífico peruano, en el Atlántico sur uruguayo, en el Irtysh siberiano, en el Salou mediterráneo, en la Charente francesa, en el Ebro de Milagro, en arroyos pirenaicos... Pero en el rincón guipuzcoano del Cantábrico (mi mar) no me importa el tamaño de las capturas (sé que salto al presente), no me importan las líneas perdidas en la roca, ni siquiera suelo comer lo que pesco; de niño regalaba los peces a mi abuelo, gran devorador; después los regalé a amigos, familiares, vecinos.
El sábado 8 de septiembre volví con
Imanol a Tximistarri. Él se tiró al agua con el fusil. Yo me alejé a una laja de roca que se hunde en... Hacía 13 años que no estaba allí. Fueron dos horas frenéticas, con una intensidad agotadora (todo junto: pilates, fitness, artes marciales...). Fue un reencuentro personal sin sorpresas. Yo ya sabía que soy pescador. Regalé los peces a
María. El sábado dormí como un niño. El lunes encontré en una librería
Cómo llegué a conocer...
Y esta entrada tan larga de eresfea tiene que ver con que la narración es una de las mejores maneras de comprender la verdad. Creo que
Sándor Márai escribió varias novelas, como si fueran prototipos imperfectos, para escribir una (
El último encuentro). Y creo que el tema de
El último encuentro era ése: la búsqueda y la compresión de la verdad (quizá por eso se recomienda como libro de autoayuda). Para mí,
Pavel resuelve esa búsqueda mejor que
Márai. Pero, claro, para eso hay que aceptar la superioridad de la fábula autobiográfica de un pescador.
P.D.: Los de la editorial Sajalín estarán contentos conmigo, porque pienso comprar varios ejemplares. Comprar sólo uno sería una tontería, como comprar sólo un anzuelo, algo sin sentido. Sé que perderé algún ejemplar en préstamo ("no, no, yo ya te lo devolví") o que necesitaré regalarlo (tuyo,
Carlos).