Michel Houellebecq ganó el Goncourt 2010 con El mapa y el territorio, novela de la vida de Jed Martin, un artista o un hombre singular en la comprensión de la realidad, un artista "objetivo" en la sociedad francesa contemporánea. ¿Fue un premio justo? No creo que los comensales del Drouant quisieran reparar con este premio al finalista del Goncourt con Las partículas elementales (1998), pero la comparación entre las dos novelas es inevitable. Además, la polémica y Hoellebecq forman un tándem eficaz y El mapa y el territorio levantó acusaciones de plagio:desde el título
hasta pasajes descripticos cazados de ¡Wikipedia! Algo que, en parte, queda resuelto con un agradecimiento sucinto
al final de la novela que he leído en la edición
española de Anagrama (2012).
Confieso que me pasa con Houellebecq como con Tarantino en Django desencadenado: no encuentro gran novedad en su última obra, pero encuentro tesoros. Reconozco Las partículas elementales como el Pulp Fiction de Houellebecq, y al autor como el clásico enfant terrible de las letras francesas (con permiso de Beigbeder). Ambos, Houellebecq y Beigbeder aparecen como personajes en la novela, y no la destrozo mucho ni cuento el final, si revelo que Houellebecq (autor) mata a Houellebecq (personaje) y prepara su final, con funeral incluido; un paso más allá de lo que suele hacer Tarantino, a quien (de momento) le basta con hacerse matar en sus películas.
He disfrutado (algo más que con Tarantino) de los diálogos, de las relaciones estrechas de Jed Martin con los secundarios: con su padre, que termina acudiendo a la eutanasia en Suiza; con su primera novia, Geneviève; con Olga, la gran oportunidad de amor para Jed; con Franz, su galerista; con Houellebecq... Y, sobre todo, he seguido con la exploración emprendida por Houellebecq (escritor, no personaje) en la comprensión de la naturaleza humana, en su caso, tan marcada por la comprensión realista positiva; en esa exploración se mantiene el anhelo de algo más, de pasión, de poesía. Anoto: entre sus personajes sin amor hay un reconocimiento del amor; una justicia poética que se escapa de la tercera ley de Newton (acción y reacción).
La prosa de Houellebecq me sirve como disparador del pensamiento más allá de lo que logra la inmensa mayoría de los ensayistas contemporáneos (también me pasa con los mapas y con las guías ilustradas de la naturaleza: aves, anfibios, hongos...), aunque creo que su prosa es más cómplice del lector masculino.
Lo escribo acá, que la otra entrada es para lo bonito: tenías que picarme poniéndome en las "Catacumbas blogueras", ¿eh?
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