Dice un aforismo: "El idiota que presta libros se queda sin libros".
Y Peter no prestaba libros, los regalaba. Pero, además, antes los leía (los domesticaba), y cuando ya estaban mansos elegía a los lectores que mejor disfrutarían esas obras.
A mí me dio con mucho cuidado El vaso de plata, de Antoni Marí. Mi cuento favorito es el XIII, con la cita que hace de título: "Sufrir con paciencia los errores del prójimo".
También me regaló libros de Flannery O'Connor, de Cormac McCarthy, de Capek... Nunca se equivocó, venían domesticados.
Quien regala libros..., ejem..., regala libros. (Y ahora comprendo mejor: es la leche que lean los libros que regalas).
A mí me dejó uno (un tomo de una serie de la Guerra Civil) que le pedí para documentar un texto sobre Belchite. Un día, en una visita a Bilbao, llevé el libro porque íbamos a intentar encontrarnos. Pero nos liamos (me lié yo) y no coincidimos. Otra vez, yo daba una charla allí y Peter apareció por sorpresa, diez minutos antes de la hora. Estaba muy chupado, con cara de fatiga, y por eso me impresionó el gesto. Vino, me saludó, charlamos dos minutos y se marchó. Buenoadiós.
ResponderEliminarEn esa segunda ocasión yo no llevaba el libro encima. No he podido devolvérselo. Me gustaría enviárselo a quien se haga cargo de sus libros.
Hazte cargo, Ander, hazte cargo... Je, je.
ResponderEliminar(Yo tengo en parecidas circunstancias Vladimir Nabokov. Los años americanos, y ese sí que es gordo).
Si arranca la lista de las devoluciones distraídas a Peter, podemos organizar una excelente biblioteca.
Yo siempre le deberé "El Omnívoro".
ResponderEliminarBuena costumbre esa de ragalar libros... mejor si ya están domesticados...
ResponderEliminarEn tu Los nuestros, si no recuerdo mal, decía: "La nostalgia ya no es lo que era". Ya no es.
ResponderEliminarEscribí en el blog una entrada lamentándome de los libros que había dejado y ya no esperaba volver a ver. Un mes más tarde, Peter me "dejó" la biografía del Che -antes me quiso regalar los cuentos completos de Truman Capote, "llévatelo, me lo acaban de mandar, aquí tenemos otro". Le dije, "Peter, ya sabes lo que ocurre cuando dejas un libro". El me respondió, "me parece una tontería guardar los libros que he leído". el caso es que yo tenía una rara obsesión por el Che -no sé cómo supo Peter eso-. Recorrí Areilza con un tesoro en las manos. Se lo enseñaba a todo el mundo, aunque no le conociesen, decía: "me lo ha regalado Peter".
ResponderEliminarConmigo siempre acertaba. No le gustaba, pero siempre le preguntaba y acababa dándome un par de títulos. Y cuando no estaba tan a mano, reconozco que sólo -casi- he leído los libros que reseñaba en NT. Ninguno me decepcionó. Y aporto otro: conservo su "La familia irreal inglesa".
ResponderEliminarAh..., Maj... ¿Medardo Fraile? Ahí creo recordar un texto dedicado a Frank Sinatra y otro a las damas en peligro de extinción...
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminaryo los libros no me gusta ni dejarlos, siempre se olvidan de devolverlos.
ResponderEliminarUn saludo
Quedábamos cerca de San Mamés. Dábamos una vuelta y solíamos tomar algo en un bar que llevan unos chinos. Luego me acompañaba a la estación de autobuses. De vez en cuando, me dejaba algún libro. Los últimos fueron, si la memoria no me falla, uno de José Antonio Milán (al que entrevisté por encargo suyo hace doce años), la investigación sobre la montaña de Tor de Carles Porta y un libro de relatos de Dovlátov. Nunca fallaba, pero sobre todo acertó con el primero que me prestó (ése se lo devolví, en los tiempos de Nuestro Tiempo): los cuentos completos de Julio Ramón Ribyero, mi escritor preferido desde entonces.
ResponderEliminarAh..., ¡qué grande Ribeyro!
ResponderEliminarHay libros que no deberían devolverse.
ResponderEliminar