jueves, agosto 28, 2008
Kjell Askildsen, El Malo, en español
Siempre me han gustado algunos adjetivos elementales: bueno, feo, malo, tonto... Los usan con precisión los niños, y yo los imito (“eres fea”). Cuando leí por primera vez a Askildsen, pensé en el seudónimo de Carlos II, un rey navarro. Desde entonces, para mí, es Askildsen El Malo.
Mirad, mirad su foto (pescada aquí) con esas arrugas que parecen cortadas abiertas con hielo.
Ahora, la sociedad editorial de Lengua de Trapo y Debolsillo, con una de esas ediciones compactas (baratas), reúne en Todo como antes tres libros de cuentos:
Últimas notas de Thomas F. para la humanidad,
Un vasto y desierto paisaje
y Los perros de Tesalónica.
Que no despiste la lectura de Últimas notas de Thomas…, por momentos simpática. Askildsen El Malo es el autor del realismo más alejado del amor (uno de los ejemplos más devastadores es el cuento “Un vasto y desierto paisaje”).
Saborcillo existencialista, racionalismo consecuente, incomunicación… Sí, incomunicación y buenas dosis de soledad, egoísmo y alcohol. Lo suficiente para citar a Carver y sus mariachis (con perdón). Pero Askildsen no es Sucio ni estadounidense. Es noruego, nació en 1929 (antes que los autores del Realismo Sucio) y, sobre todo, supera el yo-me-mí-conmigo que explora la herida propia, la pus de la narrativa estadounidense contemporánea. Él mira (mucho) más hacia fuera.
Ahora, Lengua de Trapo publica Desde ahora te acompañaré a casa. Si alguien quiere empezar a leer la colección de cuentos por el final, “El significado" y “Todo como antes” darán la medida exacta de los poderes de Askildsen. Yo he anotado estas líneas de “Final del verano”, en la pág. 51: “entonces comprendí perfectamente el sentido de aquellas palabras que mi padre había escrito, creo que con tinta, en el estuche de los prismáticos: “Para el que es limpio, todo es limpio, excepto unos prismáticos”.
Askildsen siempre encuentra una fisura, el punto débil, el error… Sí, Askildsen es El Malo, el explorador de las situaciones de desamor. Ahí esta el agujero negro.
Mi querido diario de papel reciclado (2)
Recuerdo que estaba grapando unos papeles en el trabajo, y le dije a Julián que el reciclaje y el budismo tenían mucho que ver. A veces me pasa esto, que verbalizo los pensamientos sin querer. Así que le pedí disculpas antes de que él pudiera decir nada. Quién sabe, a lo mejor había ofendido sus creencias.
Aquella fue la chispa que desató una conversación muy constructiva. Conocí el rigor ovolactovegetariano de Julián. Me dijo que eso era sólo un camino hacia la perfección. Que quería ser vegano. Con él coincidí en la historia de los huevos que arrancan a las gallinas en las granjas industriales, en la de los peces sacados de las redes que barren indiscriminadamente los fondos marinos, en la tortura de la oca para que enferme de hepatitis… (Incluso ironizamos con el contenido de las sopas de sobre).
Fue el comienzo de una posible de amistad. Pero algo me separó de Julián. No fueron las croquetas de bacalao, el jamón de jabugo ni la morcilla de arroz. Al fijarme mejor en él, descubrí que sólo usaba una camisa arrugada. Pensé que tenía tres o cuatro camisas iguales, como Monk, el casi policía de la tele; y le comenté cómo hacía yo para colgar la ropa y ahorrar plancha. Pero un sábado por la mañana lo encontré haciendo taichí en el parque con la camisa de siempre y las arrugas del trabajo del viernes.
El lunes le pregunté:
-Julián, ¿no te cambias la camisa?
-Tengo un cuerpo, ¿para qué quiero dos camisas?
E inmediatamente pensé: ¿tendría un calzoncillo?
¿Dónde están los límites entre el consumismo y la suciedad o la ordinariez? Consideré adecuado el número tres. Esa noche abrí mi armario y elegí tres camisas de manga larga y tres de corta, tres camisetas, tres polos, tres pantalones de deporte, tres de vestir… Todo lo demás lo llevé a Cáritas. Hice dos viajes. Exultante.
Escribo todo esto un mes después, cuando comprendo lo imposible de mi protoamistad con Julian, cuando han llegado las rebajas a la ciudad.
Aquella fue la chispa que desató una conversación muy constructiva. Conocí el rigor ovolactovegetariano de Julián. Me dijo que eso era sólo un camino hacia la perfección. Que quería ser vegano. Con él coincidí en la historia de los huevos que arrancan a las gallinas en las granjas industriales, en la de los peces sacados de las redes que barren indiscriminadamente los fondos marinos, en la tortura de la oca para que enferme de hepatitis… (Incluso ironizamos con el contenido de las sopas de sobre).
Fue el comienzo de una posible de amistad. Pero algo me separó de Julián. No fueron las croquetas de bacalao, el jamón de jabugo ni la morcilla de arroz. Al fijarme mejor en él, descubrí que sólo usaba una camisa arrugada. Pensé que tenía tres o cuatro camisas iguales, como Monk, el casi policía de la tele; y le comenté cómo hacía yo para colgar la ropa y ahorrar plancha. Pero un sábado por la mañana lo encontré haciendo taichí en el parque con la camisa de siempre y las arrugas del trabajo del viernes.
El lunes le pregunté:
-Julián, ¿no te cambias la camisa?
-Tengo un cuerpo, ¿para qué quiero dos camisas?
E inmediatamente pensé: ¿tendría un calzoncillo?
¿Dónde están los límites entre el consumismo y la suciedad o la ordinariez? Consideré adecuado el número tres. Esa noche abrí mi armario y elegí tres camisas de manga larga y tres de corta, tres camisetas, tres polos, tres pantalones de deporte, tres de vestir… Todo lo demás lo llevé a Cáritas. Hice dos viajes. Exultante.
Escribo todo esto un mes después, cuando comprendo lo imposible de mi protoamistad con Julian, cuando han llegado las rebajas a la ciudad.
miércoles, agosto 27, 2008
Perdido
viernes, agosto 22, 2008
Alrededor de la depresión
La depresión rondaba desde hacía tiempo la cabeza de Patxi. Y ayer, jueves, diseñó un recorrido desde Araotz (famoso por el caserío del Loco Lope de Aguirre, la cólera de Dios). Salimos a las diez de la mañana. Ascendimos a Gazteluko Haitza, con vistas a la bella depresión de Degurixa; luego a Umategi Gaña (1.191), donde recogimos unos champiñones en las campas ventiladas con unos enormes molinos. Bordeamos Alabita, otra depresión (Patxi feliz), por un terreno kárstico de marcha complicada, para ascender Axkorri (1.138). Los buitres volaban muy bajo. Desde allí teníamos a la vista un objetivo deseado y dedicado: la subida a Aranguren. Por uno u otro motivo, siempre se nos había resistido una cima facilona que coincide con el nombre de nuestro amigo Javier (nadie posa en las fotos de montaña como él). De camino, subimos Arlutz (1.147).
Desde Aranguren (1.158) casi todo fue bajada. (¡Ojo al casi!). Después de un ataque furibundo de los tábanos (algo tiene mi sangre…), renunciamos a la espuela final prevista: Orkatzategi (874). Y a las cuatro y cuarto llegamos exultantes a la iglesia de Araotz.
Fue un día caluroso, intenso…, una marcha en la que rodeamos hábilmente las depresiones, un día de buzones (dígase esto último con cierto matiz exclamativo).
P.D.: He elegido los buzones oxidados para las fotografías. En el de Aranguren hay hueso; en el de Arlutz, una lagartija; en Axkorri, un entorno de ortigas resecas. Clic, clic, clic.
Querido diario de papel reciclado
¡Es tan difícil vivir en armonía con la naturaleza! Por la noche me despertó el pitido de un mosquito en el oído. No pude resistir y usé el insecticida. Fue como cuando encontré la cucaracha en el baño. Sé que comparto el ecosistema con estos insectos, sé que reniego contra los pesticidas… Pero en mi casa la carne es débil.
El desayuno con achicoria y salvado ha puesto un poco de orden en mi conciencia, he sentido el reflejo gastroduodenal y he corrido al baño. Vivo una extraña tensión cada vez que me siento en la taza, porque sé que debo comer con fibras, pero, al mismo tiempo, sé que las fibras producen más volumen de caca. Y, no me engaño, cada vez que cago contamino el medio ambiente. Me gustaría tener en el balcón de mi piso un compostaje, y dar de comer a muchas lombrices, y fabricar una tierra negra, íntima. Por el momento, como poco para cagar poco, y no uso papel higiénico. ¡Ah! Recuerdo cuando comprendí cuántos árboles del Amazonas o de la taiga había que derribar para que me siguiera limpiando. Entonces busqué papel higiénico ecológico, pero no había. Me temo que es otra conspiración de las multinacionales que nos alienan. Desde entonces me concedo tres pañuelos de papel, ni uno más.
Disfruto de las duchas breves con agua fría. Siento cómo se reactiva mi sistema sanguíneo, o muscular, o nervioso…¡Pero qué sistema, joder! He aprendido a no usar casi jabón, y no me importa que mi jabón ecológico no dé casi espuma.
¡Qué difícil es convivir con el medio ambiente en un buen equilibrio! Para ir al trabajo quisiera viajar en tren, en metro, en autobús… Pero los horarios y el destino no coinciden. Además, cuando viajo sólo en el coche me torturo pensando en los compañeros de trabajo que no quieren compartir viaje conmigo. ¿Por qué tanto egoísmo? Algunas veces pienso que habría que separar a las personas, como la basura.
En fin, como decía la canción: hoy puede ser un gran día.
El desayuno con achicoria y salvado ha puesto un poco de orden en mi conciencia, he sentido el reflejo gastroduodenal y he corrido al baño. Vivo una extraña tensión cada vez que me siento en la taza, porque sé que debo comer con fibras, pero, al mismo tiempo, sé que las fibras producen más volumen de caca. Y, no me engaño, cada vez que cago contamino el medio ambiente. Me gustaría tener en el balcón de mi piso un compostaje, y dar de comer a muchas lombrices, y fabricar una tierra negra, íntima. Por el momento, como poco para cagar poco, y no uso papel higiénico. ¡Ah! Recuerdo cuando comprendí cuántos árboles del Amazonas o de la taiga había que derribar para que me siguiera limpiando. Entonces busqué papel higiénico ecológico, pero no había. Me temo que es otra conspiración de las multinacionales que nos alienan. Desde entonces me concedo tres pañuelos de papel, ni uno más.
Disfruto de las duchas breves con agua fría. Siento cómo se reactiva mi sistema sanguíneo, o muscular, o nervioso…¡Pero qué sistema, joder! He aprendido a no usar casi jabón, y no me importa que mi jabón ecológico no dé casi espuma.
¡Qué difícil es convivir con el medio ambiente en un buen equilibrio! Para ir al trabajo quisiera viajar en tren, en metro, en autobús… Pero los horarios y el destino no coinciden. Además, cuando viajo sólo en el coche me torturo pensando en los compañeros de trabajo que no quieren compartir viaje conmigo. ¿Por qué tanto egoísmo? Algunas veces pienso que habría que separar a las personas, como la basura.
En fin, como decía la canción: hoy puede ser un gran día.
martes, agosto 19, 2008
Forca de Alano
María, Álvaro, Patxi y yo no madrugamos el domingo para ascender la Forca (2.391) por Zuriza. Desde las calizas ásperas y quebradas de la cima, los dosmiles más occidentales de los Pirineos hacen fila: Petrechema, La Mesa de los Tres Reyes, el Anie. Las montañas de los Pirineos, hacia el oriente, ofrecen un panorama excepcional del Castillo de Acher, el Midi Ossau, el colmillo de Anayet… y ese corte entre Balaitús y Frondiellas donde la memoria sitúa la salida de la brecha Latour.
Y, de regreso, migas en Zuriza.
P.D.: Clic (paso de Tachera), clic (Patxi está ahí), clic (vistas...).
Cazadores raros
El jueves 7 de agosto, Patxi y yo practicamos la caza en el trayecto de Betelu a Lizarrusti, por Aralar. Patxi posa en medio de ninguna parte junto a la cabeza de jabalí disecada. Yo, en el hayedo, no muestro el kilo de gibelurdiñas, rúsulas comestibles (vesca, aurata, olivácea y cyanoxantha).
El sábado 16 de agosto, Ángel, Imanol y yo íbamos a subir Putterri, de nuevo en Aralar. El camino nos regaló la oportunidad de las rúsulas “a navaja abierta” (otro kilo). Lo novedoso fue la ardilla joven que atrapamos viva y coleando. Cuando la soltamos después de la sesión fotográfica, coleaba lo mismo.
martes, agosto 12, 2008
La ficha personal de un libro
El vaso de plata.
Antoni Marí.
Libros del Asteroide, 2008. (Con los saltarines en portada).
116 págs.
13,95 euros.
La de la derecha, la edición de Pre-Textos de 1992, tiene 110 páginas.
Vuelve El vaso de plata. Y esto no es una crítica literaria.
Pedro de Miguel, Peter, me regaló esta colección de relatos en 1997. La edición era, entonces, de Pre-Textos, y él la guardaba desde 1992, precisamente cuando nos conocimos. Así que tardó cinco años en regalármelo. Era una edición corta y agotada, y, además, era/es un libro bueno en un raro sentido.
(He escrito “bueno” y “raro”, y debería explicarme. Pero no lo haré plenamente. Además, aviso, en los relatos aparecen, como guía y título, las obras de misericordia corporales y espirituales).
Hace algunos años (no demasiados, soy extremadamente lento) comprendí el regalo que me hizo Peter, lo que le costaría desprenderse del libro. Cómo pensó en mí para regalármelo. Desde entonces he vencido tentaciones muy fuertes. Quizá yo debía regalar este libro a una persona, como hizo Peter conmigo… Dar una continuidad al desprendimiento (a la bondad, a la rareza). Pero resistí, tenía mis motivos. Y en agosto del año pasado, cuando murió Peter tras una penosa enfermedad, de nuevo me enfrenté con la duda: ¿regalaba el libro o lo guardaba?
Lo guardé, y no explicaré mis razones.
Este año, en marzo, me enteré de una novedad editorial que fue, para mí, como una señal. Así que guardo El vaso de plata de Peter, no sólo de Antoni Marí, de Pre-Textos, de 1992, de 1997, del 12 de agosto de 2007.
P.D.: Recomiendo “Sufrir con paciencia las flaquezas y molestias del prójimo”. Y “Enseñar al que no sabe”, con un final prodigioso de “sencillos calzoncillos de algodón”.
lunes, agosto 11, 2008
Acher (y hoy)
Ayer, Kristina, Álvaro, Patxi y yo ascendimos el Castillo de Acher (2.390). Fue un día precioso, soleado, con brisa. En la subida recolectamos setas (Pleurotus ostreatus), en el “Castillo” vimos un grupo numeroso de sarrios (rebecos). Los lirios empiezan a secarse.
El paisaje veraniego contrastaba con aquel que disfrutamos de otra manera Patxi yo en diciembre. Otro ayer, otro Acher.
P.D.: Majo, te hubieran gustado tanto las rocas…
sábado, agosto 09, 2008
Uno de los tres textos de Colin Thubron que me gustaría firmar como propio
(Por lo que dice, por lo que no dice expresamente, por cómo lo dice, por ese uso del “luego”, por…).
Colin Thubron, En Siberia, RBA bolsillo, 2008. Págs.: 273-275.
Un muchacho de doce años está esperando con su madre en la estación de Ulan-Ude. Está sentado a mi lado y pregunta: “Tú a dónde vas?”. Contemplo un rostro de una dulzura vacía y curiosa. Es muy claro y muy pálido. A su otro lado la mujer le toca la mano, como para recordarle algo.
-Voy a Skovorodino –digo-. Luego hasta el Pacífico y a Magadan.
Ése es mi destino final.
-Yo estuve once años en Magadan -dice la mujer.
-¿Por qué allí?
Es un lugar horroroso en el recuerdo: fue en tiempos la entrada al imperio del Gulag de Kolima.
-Fui allí cuando era un muchacha a trabajar para el Komsomol. Me pareció romántico: ¡sólo renos y taiga! –se ríe de su necedad-. Pero la gente allí es buena debido a la dureza del medio. Si estás al borde de la carretera en medio de la nieve, alguien parará para llevarte. Aquí te dejarán morir.
Sus palabras adquieren una cadencia melancólica. El niño se hace eco de ellas con una sonrisa triste.
-Yo entonces creía en el comunismo. Mis padres también. A mi hermana la llamamos Stalina porque nació el día que murió Stalin. ¡Stalinka, Stalinushka! Luego, cuando subió al poder Jrushchov, lo cambiaron por Tatiana. Más tarde, cuando cayó en desgracia Jrushchov volvieron a llamarla Stalina; luego cuando… Su pasaporte se convirtió en un lío.
-Pero tú dejaste Magadan.
-Perdí la fe allí. Me casé y tuve dos hijos, luego vinimos a Kyzyl como profesores.
El niño se levanta y se va a comprar un helado, y ella se queda mirándole.
-Luego vino él.
-¿Es tuyo? –pregunto. Pero ella parece algo mayor para ser su madre.
-Sí, por error. Es un niño muy guapo, muy afectuoso. Pero no es normal, sabes –está mirando hacia el sitio por donde ha desaparecido-. No tiene memoria.
-¿Quieres decir que es lento?
-No, era un niño brillante, iba dos clases por delante de los que le correspondía a su edad. Luego a los siete años tuvo un accidente cuando bajaba en bici de una montaña. Se dio un golpe en la cabeza. Desde entonces no puede recordar nada más que unos pocos minutos –se le llena la voz de una ternura acongojada-. Se le escapan las cosas.
-¿No recibes ninguna ayuda por él?
-Es pensionista. Recibe un poco más de la pensión mínima cada mes –me pregunto por el padre, pero no dice nada-. Ya vuelve Kolya.
Me pasa un helado también, un poco expectante, luego se pone a jugar con un ratón mecánico. De vez en cuando mira a su madre con la adoración desvalida de un niño pequeño. Mientras sus coetáneos están pendientes de los deportes o de las relaciones sexuales, él es capaz de imitar a todos los animales de Walt Disney. Se dirigen a San Petersburgo, dice su madre, con la esperanza de una nueva vida.
-Hay gente que se queda quieta, otros son gitanos como nosotros. Así es como somos nosotros. Hoy en día la gente no piensa más que en el dinero, en ella misma, no hay nada más. Pero Dios velará por nosotros.
Su hijo mayor vive en el extranjero, dice, y su hija está alejada de ella. Le revuelve el pelo a Kolya.
-Mi deber es estar a su lado. Él es mi futuro.
Lanza un pequeño suspiro de agobio o de satisfacción. Tendrá un niño para siempre.
P.D.: Las flores de la fotografía son gencianas, las flores más azules de la montaña.
Colin Thubron, En Siberia, RBA bolsillo, 2008. Págs.: 273-275.
Un muchacho de doce años está esperando con su madre en la estación de Ulan-Ude. Está sentado a mi lado y pregunta: “Tú a dónde vas?”. Contemplo un rostro de una dulzura vacía y curiosa. Es muy claro y muy pálido. A su otro lado la mujer le toca la mano, como para recordarle algo.
-Voy a Skovorodino –digo-. Luego hasta el Pacífico y a Magadan.
Ése es mi destino final.
-Yo estuve once años en Magadan -dice la mujer.
-¿Por qué allí?
Es un lugar horroroso en el recuerdo: fue en tiempos la entrada al imperio del Gulag de Kolima.
-Fui allí cuando era un muchacha a trabajar para el Komsomol. Me pareció romántico: ¡sólo renos y taiga! –se ríe de su necedad-. Pero la gente allí es buena debido a la dureza del medio. Si estás al borde de la carretera en medio de la nieve, alguien parará para llevarte. Aquí te dejarán morir.
Sus palabras adquieren una cadencia melancólica. El niño se hace eco de ellas con una sonrisa triste.
-Yo entonces creía en el comunismo. Mis padres también. A mi hermana la llamamos Stalina porque nació el día que murió Stalin. ¡Stalinka, Stalinushka! Luego, cuando subió al poder Jrushchov, lo cambiaron por Tatiana. Más tarde, cuando cayó en desgracia Jrushchov volvieron a llamarla Stalina; luego cuando… Su pasaporte se convirtió en un lío.
-Pero tú dejaste Magadan.
-Perdí la fe allí. Me casé y tuve dos hijos, luego vinimos a Kyzyl como profesores.
El niño se levanta y se va a comprar un helado, y ella se queda mirándole.
-Luego vino él.
-¿Es tuyo? –pregunto. Pero ella parece algo mayor para ser su madre.
-Sí, por error. Es un niño muy guapo, muy afectuoso. Pero no es normal, sabes –está mirando hacia el sitio por donde ha desaparecido-. No tiene memoria.
-¿Quieres decir que es lento?
-No, era un niño brillante, iba dos clases por delante de los que le correspondía a su edad. Luego a los siete años tuvo un accidente cuando bajaba en bici de una montaña. Se dio un golpe en la cabeza. Desde entonces no puede recordar nada más que unos pocos minutos –se le llena la voz de una ternura acongojada-. Se le escapan las cosas.
-¿No recibes ninguna ayuda por él?
-Es pensionista. Recibe un poco más de la pensión mínima cada mes –me pregunto por el padre, pero no dice nada-. Ya vuelve Kolya.
Me pasa un helado también, un poco expectante, luego se pone a jugar con un ratón mecánico. De vez en cuando mira a su madre con la adoración desvalida de un niño pequeño. Mientras sus coetáneos están pendientes de los deportes o de las relaciones sexuales, él es capaz de imitar a todos los animales de Walt Disney. Se dirigen a San Petersburgo, dice su madre, con la esperanza de una nueva vida.
-Hay gente que se queda quieta, otros son gitanos como nosotros. Así es como somos nosotros. Hoy en día la gente no piensa más que en el dinero, en ella misma, no hay nada más. Pero Dios velará por nosotros.
Su hijo mayor vive en el extranjero, dice, y su hija está alejada de ella. Le revuelve el pelo a Kolya.
-Mi deber es estar a su lado. Él es mi futuro.
Lanza un pequeño suspiro de agobio o de satisfacción. Tendrá un niño para siempre.
P.D.: Las flores de la fotografía son gencianas, las flores más azules de la montaña.
miércoles, agosto 06, 2008
Bombas
Hoy copio “Nagasaki”, un cuento genial de Alfonso Sastre:
Me llamo Tanajido. Trabajo en Nagasaki y había venido a ver a mis padres en Hiroshima. Ahora, ellos han muerto. Yo sufro mucho por esta pérdida y también por mis horribles quemaduras. Ya sólo deseo volver a Nagasaki con mi mujer y con mis hijos.
Dada la confusión de estos momentos, no creo que pueda llegar a Nagasaki enseguida, como sería mi deseo; pero, sea como sea, yo camino hacia allá. No quisiera morir en el camino. ¡Ojalá llegue a tiempo de abrazarlos!
P.D.: El 27 de julio Lurdes, Álvaro, Patxi y yo nos encontramos con un nuevo buzón, ¡una mina! En Mendiaundi (1.307).
Me llamo Tanajido. Trabajo en Nagasaki y había venido a ver a mis padres en Hiroshima. Ahora, ellos han muerto. Yo sufro mucho por esta pérdida y también por mis horribles quemaduras. Ya sólo deseo volver a Nagasaki con mi mujer y con mis hijos.
Dada la confusión de estos momentos, no creo que pueda llegar a Nagasaki enseguida, como sería mi deseo; pero, sea como sea, yo camino hacia allá. No quisiera morir en el camino. ¡Ojalá llegue a tiempo de abrazarlos!
P.D.: El 27 de julio Lurdes, Álvaro, Patxi y yo nos encontramos con un nuevo buzón, ¡una mina! En Mendiaundi (1.307).
lunes, agosto 04, 2008
Balaitús
El viernes 1 de agosto, Patxi y yo cumplimos con una deuda pendiente: subir juntos el Balaitús (3.151). A las siete de la mañana llovía en Respumoso (2.200), nuestro punto de partida. A las siete y media el cielo dio una tregua e iniciamos el ascenso. En el suelo húmedo saltaban perezosas las ranas y vimos dos salamandras. Subíamos solos. Elegimos el adjetivo “ruda” para calificar la ascensión hasta llegar a los neveros del antiguo glaciar, en el paraje previo a la brecha Latour. Era el momento de colocarse los crampones, trepar por la nieve y comprobar hasta qué punto esa nieve resultaría una ayuda o nos perjudicaría la marcha. El acceso a la brecha nos obligó a extremar el equilibrio y la fuerza; trazamos una huella que siguió el tercer montañero que coronó el viernes la cumbre del Balaitús: Íñigo. La brecha estaba despejada de nieve, peligrosa, con dos pasos complicados.
En la cumbre comimos plátanos y nueces. Me acordé de mi padre y de Lucía, con quienes subí antes el Balaitús.
Me acordé de Javier M., con quien nunca subí el Balaitús.
Íñigo cargaba 60 metros de cuerda en su mochila. Esa seguridad guardada nos animó a bajar de nuevo por la brecha. (Descartamos la bajada, aún con neveros, de la Gran Diagonal, hacia los ibones de Arriel). Pero no usamos la cuerda. Exprimimos el tiempo y el esfuerzo en el descenso de la brecha y en el tramo de los neveros. Y luego bajamos despacio y agradecidos hasta el refugio de Respumoso.
Allí, Patxi y yo nos saludamos con un apretón de manos, nos descalzamos y tomamos dos jarras de cerveza con limón.
P.D.: Las imágenes merecen un clic, sobre todo la segunda, la vista desde la cima hacia Francia.
No importa
El Aleph Editores (2008) ofrece la oportunidad lectora de No importa, de la húngara Agota Kristof (1935). Son cuentos tan cortos como intensos, de prosa dura. Entiendo que a la gente le resulten incómodos.
(Pienso en el vidrio roto hace un momento que una mano ajena exhibe cerca de la cara, de la conciencia propia).
Reproduzco aquí un gran fragmento de uno de los mejores, “El ladrón”.
“(…) Mi estilo no es brutal. Tampoco voraz ni estúpido.
Si se os presentase la ocasión, podríais admirar el delicado dibujo de mis venas sobre las sienes y las muñecas.
Pero sólo entro en vuestras habitaciones cuando es tarde, cuando el último invitado se ha ido cuando vuestras repugnantes lámparas de araña se han apagado, cuando todos duermen.
Cerrad bien vuestras puertas. Llego sin hacer ruido con las manos enguantas de negro.
Sólo me quedo un momento, pero lo hago todas las noches sin descanso y en todas las casas sin excepción.
Mi estilo no es brutal. Tampoco voraz ni estúpido.
Por la mañana cuando os despertéis, contad bien vuestro dinero, vuestras joyas, no faltará nada.
Sólo faltará un día de vuestra vida.”
P.D.: En esta colección de relatos, Patxi , uno de los mejores lectores que conozco, eligió “La muerte de un obrero”.
(Pienso en el vidrio roto hace un momento que una mano ajena exhibe cerca de la cara, de la conciencia propia).
Reproduzco aquí un gran fragmento de uno de los mejores, “El ladrón”.
“(…) Mi estilo no es brutal. Tampoco voraz ni estúpido.
Si se os presentase la ocasión, podríais admirar el delicado dibujo de mis venas sobre las sienes y las muñecas.
Pero sólo entro en vuestras habitaciones cuando es tarde, cuando el último invitado se ha ido cuando vuestras repugnantes lámparas de araña se han apagado, cuando todos duermen.
Cerrad bien vuestras puertas. Llego sin hacer ruido con las manos enguantas de negro.
Sólo me quedo un momento, pero lo hago todas las noches sin descanso y en todas las casas sin excepción.
Mi estilo no es brutal. Tampoco voraz ni estúpido.
Por la mañana cuando os despertéis, contad bien vuestro dinero, vuestras joyas, no faltará nada.
Sólo faltará un día de vuestra vida.”
P.D.: En esta colección de relatos, Patxi , uno de los mejores lectores que conozco, eligió “La muerte de un obrero”.