
Ayer, 29 de diciembre, la nieve estaba recién caída. Mi padre y yo subimos al Txindoki en medio de un paisaje en blanco y negro. El sol brillaba turbio y gris.
Al subir vimos petirrojos (txantxangorri), al bajar también.





El olor del brote tierno de nogal. La flecha amarilla pintada en el Camino de Santiago. Calcular el horario de las mareas. Jugar con buenas cartas. Comer seis albóndigas de mamá. Purgar caracoles. Caminar cuesta arriba. Encontrar nidos de mirlo. Sí, las llaves están en el bolsillo. Pensar un viaje. Observar las fases lunares. Levantarme para buscar en la olla dos o tres albóndigas más.
Ya sé que no le llego ni a los radios, pero me siento como un Induráin (siempre gracias, Miguelón). Ayer conseguí por cuarto año consecutivo el premio Rosino, en la categoría Guillotina de Oro (el profesor que mejor corta cabezas en la Facultad de Comunicación de la Universidad de Montevideo). Está claro, para las degollinas no tengo rival. El primer año compartí laureles (en una votación que no avalaron los observadores de la ONU) con mi admirada decana, la doctora Hudson. Ayer fue otra rubia aspirante y también admirada, más joven, con hambre de victoria: Elisa Liber. Pero gané (y sé que Analía Parra lo celebrará con milanesa y puré de papas).






¡Un mundo complejo el de las fechas de los cumpleaños! Y tan propicio para las desmemorias... ¿Está usted satisfecho con el día en que apareció en el mundo? ¿Cambiaría esa fecha por otra? ¿Por qué? |





Setas de cardo
Estoy a miles de kilómetros de donde pasearía en busca de esas setas marrones de la España seca; las hay claras, casi rubias..., pero mi padre y yo preferimos las negras y gruesas.
La seta de cardo, Pleurotus eryngii. Tiene un apellido que recuerda una palabra que sacaron del último diccionario: eringe.
Lo digo con unos meses de adelanto, para prevenir: los Reyes Magos no son los padres. (Que siempre hay algún metomentodo cizañero). Parte de la culpa del lío está en el caos de regaladores.