Este año tenemos en la famila dos nacimientos: el de toda la vida y otro diminuto y uruguayo, resguardado en una calabaza seca. Creo que una familia puede darse el lujo de dos y hasta tres nacimientos en un hogar, pero nunca perdonaré
papanoeles ni abetos (los de plástico me repugnan hasta la náusea).
En casa, hemos preparado una Navidad despejada, porque mi papá y yo fuimos dos días antes a los Pirineos nevados para desfogarnos. Nos metimos el Annie y el Petretxema, entre pecho y mochila, en dos jornadas sin nubes.
Como no voy a poner aquí las fotos luminosas de nieve, hielo y montañeros emocionados, quiero hacer partícipes a cuantos lean esta página de esa de esa intensidad a la que se pueden acercar esta noche en su propio hogar, sin hacer el
cabraloca (como necesitan los Pérez, padre e hijo). Basta una cena en familia.
Esta es una noche más que propicia para reiterar la bendición que
Antonio y yo dábamos a los alimentos calientes (los fríos, excepto el buen jamón serrano, no se bendicen en nuestra tradición devoradora):
"El niño Jesús,
que nació en Belén,
bendiga estos alimentos
y a nosotros también".
Eso mismo.