lunes, octubre 31, 2011

Ya están aquí (los hongos)

Boletus pinícola, en...

 Agaricus macrosporus, en pradera.

El sábado 29 de octubre salí a pasear desde Amasa (Villabona, Guipúzcoa). Muchos conocéis el chiste de los vascos seteros y el Rólex, y el sábado yo "estaba a Rólex", creedme..., o sea, a caminar. Pero la vida a veces se complica y, lo reconozco, me pasé a hongos. Llamadlo versatilidad, si queréis. Y además de dos kilos de hongos (Boletus edulis y Boletus pinícola), también recogí un kilo de Agaricus macrosporus (estupendos, oigan).

P.D.: El que avisa...

Andanzas micológicas. Miércoles 26 de octubre en Leizalarrea: ficha técnica

Foto: Amanita muscaria.
Surtido recolectado: trompeta de la muerte (Craterellus cornucopioides), ziza (Cantharellus cibarius), gamuza (Hydnum repandum), urretxa (Russula cyanoxantha) y hongo (Boletus edulis, Boletus aereus)
Peso: dos kilos de hongos y dos más de las setas "surtidas".
Tiempo: seis horas de marcha "jabalinesca" por hayedos y robledales.
Apunte "lunático": luna nueva

P.D.: El que avisa...

viernes, octubre 28, 2011

La tarde del Balerdi


Hacía semanas que no salía a la montaña y ese 12 de julio me pareció perfecto. Fui en autobús hasta Amezketa, desde allí subí por pistas hasta la curva donde la senda trepa por el barranco de Beratzeaga  hacia el coto minero abandonado y, más allá, a Pardeluts, y...  Subí hasta el cruce de Minas en medio de un calor sofocante, un aire denso que me hacía sudar y llorar cada vez que una de esas gotas reconcentradas de sal se deslizaban hasta el ojo. No encontré a otros montañeros. Desde las viejas minas de cobre ,proseguí pradera arriba hasta el collado de Artubi. Allí me llegó el primer soplo de aire. La cima de Balerdi, la única cumbre que conozco a la que se llega bajando, estaba muy cerca. Entonces empecé a ver enormes champiñones (Agaricus macrosporus). Por algún motivo tan peregrino como éste me había echado a la espalda la mochila grande y en uno de los bolsillos había un bolsón negro de plástico. Así que no me pude reprimir: empecé a recolectar los hongos hasta cargar cerca de diez kilos. Los embolsé cuidadosamente y los metí en la mochila. Dejé allí mismo la mochila guardada por la soledad. Y seguí ligero por la arista hasta la cruz del Balerdi. Me senté un rato para ver volar los buitres a mis pies y masticar un tallo seco de avena loca. Luego volví sobre mis pasos, me eché a la espalda la mochila cargada y decidí bajar por una especie de canal salpicada de robles enanos.
El descenso era mucho más complicado de lo que yo pensaba. Cesó el aire y la piedra caliza reverberaba el calor de las primeras horas de la tarde. Ya no me quedaba agua. Y el camino marcado por alguna cabra triscadora había desaparecido. Miré hacia arriba y comprendí que sería más fácil seguir un descenso sin huella que retroceder.
En medio del descenso, oí un grito extraño. Me senté y esperé. Volví a oírlo con claridad en una peña y decidí orientar hacia allí la bajada. Parecía el grito lastimero de un bebé, pero entonces lo vi: un pollo de buitre. Imbuido por ese espíritu que inculcó Félix Rodríguez de la Fuente a toda una generación, me arrimé por debajo del nido expuesto en una repisa rocosa, casi sin pared, para no alarmar al pollo. Lo miraría de cerca un momento y seguiría mi camino.
El pollo se irguió con orgullo y entonces, a traición, me vomitó. Era un vómito de color amarillento bilioso, el vómito de una carroña, y el hedor me acompañó refugiado en la nariz buena parte de la bajada. Alcancé el cementerio de Azkarate, luego el pueblo, y tres kilómetros después llegué a Atallo. El próximo autobús tardaría como mínimo una hora, así que fui al bar de la gasolinera.
En aquel momento anunciaban en la televisión el hallazgo de Miguel Ángel Blanco. El del ultimátum. Los de ETA le habían dado dos tiros en la cabeza. La ambulancia lo llevaba al hospital. En medio de la confusión, los reporteros no querían reconocer su muerte. Todo el mundo en España estaba conmocionado.
-¡Hijosdeputa, qué manipulación!, ¡todas las televisiones están con lo mismo…! -gruñó en español uno de los lugareños acodados en la barra. Éramos ocho clientes, dos camareros.
-Cambia, joder…
Nadie dijo nada. El camarero cambió, pero el otro canal de televisión remachaba con lo mismo, y el otro también, y el otro.
Me senté. Pedí desde la mesa un vaso de agua y un café con leche. Solté lentamente los nudos de las botas, me descalcé y posé los pies cocidos con los calcetines contra el suelo frío. La huella húmeda de la transpiración dibujó mis pies en dos baldosas. Silbé una de canción de Aute.
Antes de subir al autobús, tiré los hongos recalentados, macerados en la bolsa negra de la mochila. No tenían muy buena pinta y no los iba a cenar esa noche.

P.D.: Escrito hace 14 años.

Almuerzo en la hierba (otro)

Manet, Cézanne...
Y almuerzo en la hierba cimera de Sastarri (de Pilar).


Fue el domingo 16 de octubre: chorizos, cabeza de jabalí, jamón serrano, salchichón excelso, provolone (a la sartén), setas (rúsulas), piña... Y qué vinos.


Estriviella, Tortiella, Sayéstico y Chipeta

El domingo 23 de octubre nos pusimos en marcha desde la selva de Oza, un poco antes del puente que salva el Aragón Subordán cerca del campamento Ramiro el Monje. Emprendimos la ascensión clásica por el barranco Estriviella para alcanzar el collado homónimo. "Cinco lobitos tiene la loba" y tres escalones la subida al collado. El segundo (que aparece en la primera fotografía) ofrece incluso unas clavijas de agarre.
Desde el collado sumamos cuatro cimas suaves sacudidas por el viento sur (pero frío): Estriviella (2.048), Tortiella (1.981), Sayéstico (2.072) y Chipeta (2.189). Armorzamos lepiotas al amor del hornillo en la cima y bajamos a Guarrinza por el collado de Petraficha, por la senda balizada con las pinturas de la GR11. Después, seguimos la pista restaurada hasta Ramiro del Monje (acaban de echar un capa de gravilla sobre un lecho de brea, algo más de 2 km).


 
Segundo "escalón" hacia el collado de Estriviella (aún queda el tercero).

Sarrios en el herbazal seco al más puro estilo Serengueti. No vimos grandes felinos.

Ya falta poco para Sayéstico.

 
Hay que asomarse desde el espolón de Sayéstico...

 
Rampa final hacia Chipeta. Al fondo: Lenito, Forca, Rincón de Alanos, Sayéstico, Tortiellas, Estriviella...

Hacia el collado de Petraficha, con el Petraficha y otras promesas lejanas. (Fotografía de Patxi).

 
La proa de Chipeta desde la hondura de Oza en el otoño perfecto, última luz del día. "Estuvimos allí arriba...".

lunes, octubre 24, 2011

A lepiotar, a lepiotarrrrrr, hasta enterrarlos en el mar





Paraeresfeando a Alberti.
(O: A galampernear, a galampernearrrrr, hasta...).
El sábado 22 de octubre en misteriosas praderas ubicadas en la muga entre Navarra y Guipúzcoa, recogí unos 12 kilos de lepiotas, o galampernas, o apagadores, o parasoles, o matacandiles (Macrolepiota procera). Eran tantas que sólo recogí las más tiernas, con aspecto de micrófono.
Un apunte de observador: la experiencia dicta que en otoño, después de las lepiotas brotan los hongos (Boletus). El que avisa es avisador, el EGR.

Nadie, nadie, nadie, que enfrente no hay nadie;
que es nadie la muerte si va en tu montura.
Galopa, caballo cuatralbo,
jinete del pueblo,
que la Lepiota es tuya (oye).

miércoles, octubre 19, 2011

Paraguas por puntos

Hoy he salido a la calle dispuesto para un corto recorrido por San Sebastián. Con un chaparrón, el tráfico se había complicado y las aceras estaban colapsadas a  las nueve menos cuarto de la mañana. Reconozco que hacía mucho que no manejaba mi utilitario (pequeño, verde) y que, quizá por eso, peco de exceso de prudencia y cortesía. Pero es que los conductores se lanzan a las aceras los días de lluvia de cualquier manera. Desde mi punto de vista (por el tamaño), la mayoría de los ciudadanos españoles en edad de llevar paraguas abierto menean alguna varilla amenazadora a la altura de mis ojos. Esta mañana, además, me fijaba en cuánto daño ha hecho el fútbol, porque la bicicleta (sin balón, pero con paraguas) aparece con el voy y no voy de las estrechuras en cualquier paso de cebra y las fintas imposibles (desplazo el paraguas hacia un lado y me escapo por el otro...) se convierten en algo habitual. He visto otra vez cómo tantos emparaguados se arriman a las vías secas (reservadas por el sentido común para personas sin paraguas o/y sin impermeable), quizá son los mismos simpáticos que se amontonan en las puertas de hospitales, supermercados y en los accesos de las escaleras con los paraguas abiertos; ésos con querencia por los accesos a panaderías y quioscos de prensa (¿para mojar el pan, el diario o las revistas ajenas?). ¿Y quienes dejan escurrir sus paraguas chorreando, incisivo, sobre tu zapato? O los inquietos rociadores que baten, pliegan y despliegan sus paraguas como perros recién salidos del agua. Ésos, ésos. Por no hablar del peligro añadido de los roces con paraguas roñosos, que apenas se habla de la renovación de la flota paraguera y se ignora la necesidad de una ITP (Inspección Técnica de Paraguas).
En fin, sabemos que dan un paraguas a cualquier inconsciente, como si se pudiese andar por las aceras armado (¿quién no recibió alguna vez un paraguazo?). Creo que ha llegado el momento de expedir permisos de paraguas (seguro que algún gobierno me lee y descubre la oportunidad de sacar tajada). Habría que demostrar pulso, equilibrio, orientación y sentido común.
¡Paraguascuelas, examen, y carné de paraguas por puntos ya!

P.D.: Sé que estoy dando una idea gratis a Rajoy y Rubalcaba, llamadlo compromiso político si queréis.

lunes, octubre 17, 2011

Malvices y escopetería

Cuando los pichones de torcaz, siempre dos, estaban tan gordos como los padres pero torpes para volar,  había que subir al nido y tratar de agarrarlos. Hacían falta las dos manos para agarrar los pichones (cosa complicada en un árbol), así que el pichón más vivo saltaba con un vuelo torpe fuera del nido y no había que perderlo con la mirada. Se bajaba del árbol con una mano útil (la otra estaba ocupada como garra) sin dejar de mirar el pichón y luego... ¡zaca! Había que matarlos a navaja, un corte en la nuca, desangrarlos. Una complicación: la limpieza de un corte con plumas. La furia: los golpes del corazón del pichón en la mano. Más engorro que complicación: desplumarlos. Y cocinarlos con cebolla y zanahoria al día siguiente. Porque la carne de las aves necesitaba, como poco, un día para madurar.
Algo de todo esto recordaba el sábado por la mañana cuando caminaba con Ángel por la loma cercana a Gorriti, entre Santa Bárbara y Musaio (parte del cordal irregular Elosta, Urkieta, Ulizar y Laharte Erraizpe), sembrada cada cuarenta metros (aproximadamente) con puestos de cazadores. Soplaba el viento del este y llegaban las bandadas de malvices (zorzales) del hayedo, para toparse con la línea kilométrica de escopetas al acecho. Los disparos no dejaban de sonar, y quien caminara por la pista de la cañada sentiría (como sentimos) la lluvia de perdigones. En cada puesto, a pocos pasos del coche de cada escopetero, colgaban o se alineaban sobre un tablón las malvices muertas, docenas. Hice un cálculo sencillo: más de mil malvices murieron el sábado en apenas un kilómetro de cordal.
Miré el paisaje precioso hacia las Malloas y, hacia Laparmendi y Otsabio, me fijé en otro cordal, otra línea de escopeteros del horizonte, sin verlos, pero sabiéndolos ahí. Pimpampún. Como no hay paloma torcaz, malviz. Pensé en una labor periodística: ¿por qué no diseñar un mapa de las líneas de escopeteros de Guipúzcoa o Navarra? Para que los lectores vean la red de perdigón tejida en la época de pasa. ¿Por qué no un recuento de las aves abatidas en esas "redes"?
No sólo pensé en la diferencia entre el niño depredador (que fui) y estos escopeteros (que son, que no entiendo por qué no se dedican al tiro al plato -ojo, plato y no pato-). Creo que los propios cazadores deben de tener muy clara la diferencia. Por ejemplo: no es lo mismo salir a la perdiz o a la becada con un perro y batir los campos, que esto del "apontocamiento" y el tiro, y el tiro, y el tiro... Pensé también en que no es lo mismo el arte de la pesca de la trucha con mosca artificial que colocar el trasmallo en el arroyo; no, no es lo mismo.
Y en ésas (el instinto es el instinto) agarré dos malvices heridas a unos cincuenta metros de la línea en la que resonaban los tiros. Pensé en abreviarles el sufrimiento a navaja, en entregar las piezas a los cazadores. Incluso pensé en dedicarme a recolectar malvices heridas, abatidas y no cobradas; y cocinarlas con cebolla y zanahoria al día siguiente. Pero alargué su agonía: las solté confiado en que algún depredador más silvestre que yo daría cuenta de ellas. Entre tanto, seguían lloviendo los perdigones (que no deben de contaminar, ¿no?), seguía la serenata del pimpampún.
Cuando vi los restos de un autillo o búho chico, pensé en las excusas; sí, sí, debe de ser complicado distinguir a contraluz, y con el dedo caliente en el gatillo, paloma de búho; o mirlo acuático de malviz; o pito verde de tórtola... Y así.
El sábado asistí a esas agonías inútiles y no encontré sentido a esa escopetería (hoy, lunes, tampoco se lo encuentro).

viernes, octubre 14, 2011

Mendizar (e Irati)

 En el vértice geodésico de Mendizar, al fondo el bosque de Irati y el Ori.


Al fondo, Errozate y la niebla. Fotografía de Patxi.

El día del Pilar, Asun, Pilar (de Zarauz, no de Zaragoza), Ángel, Imanol, Patxi y yo incursionamos en Irati. El otoño empieza a cambiar el verde del hayedo y las dos semanas próximas serán (otra vez) inolvidables. Pasado Orbaiceta, dejamos el coche en el aparcamiento ante la caseta peaje de la pista de Irati (a 2 km del cruce de la carretera que va de Orbaiceta a la Fábrica de Orbaiceta). Cobran 3 euros por coche para el "mantenimiento" de la pista de cemento. El 12 de octubre contaron que habían entrado unas mil personas a Irati por esa ruta.
Hipótesis: si todos hicieran como nosotros y los de la caseta no cobraran..., ¿dejarían de "mantener" la pista hasta el aparcamiento de la represa de Irabia? ¿Pondrían el peaje más lejano? Da la sensación de que, como en otras partes, el caso es cobrar, y en el caso de Irati el cebo es el otoño.
Desde el collado de Orion hasta Mendizar, ascendimos por lomas herbosas. No era día de esfuerzos. A la vista teníamos las nieblas francesas, Urkulu, Errozate... Y en la cima (1.323) disfrutamos el panorama de Ori y unos Pirineos familiares: Acherito, Gamuetas, Alanos, Bisaurín...
Bajamos para almorzar al borde del arroyo Egurgoa. Luego, convertidos en pistards, a la rueda de los veloces (Asun y Patxi), alcanzamos la represa de Irabia y tomamos fotografías dignas de viaje de novios.
El regreso por la pista de cemento brindó por el arcén alguna sorpresilla en forma de coprinos.

lunes, octubre 10, 2011

Por el entorno de Leizalarrea: había

Ecce Homo bartleby.

El domingo 9 de octubre, Asun, Lourdes, Pilar, Ángel, Imanol, Patxi y yo salimos a caminar por el entorno de Leizalarrea con propósitos elevados (Eguzkiko Muñoa y Urepel). Llovía, había muchos seteros inquietos que iban y venían motorizados por las pistas, y había también gamuzas, trompetas de la muerte, rúsulas y hongos (emergentes) en el hayedo. Así que cinco de nosotros nos sumamos a la inquietud boscosa del otoño.
Y siempre hay un Bartleby micológico, alguien que "preferiría no hacerlo". Para estos artistas de la renuncia, quizá, se despeja la tarde en  la pradera con vistas al borde del bosque.

P.D.: Almorzamos muy bien y subimos Eguzkiko Muñoa.

sábado, octubre 08, 2011

Seis años y unos días después

Tranströmer.
Y como estoy chinchorrero y harto de que me recomienden textos y vínculos en inglés: ¡Zaca!

jueves, octubre 06, 2011

Gracias al préstamo del amigo Antonio, he leído Ciudades, de Stefan Hertmans.
Gracias.
Una lectura tan deliciosa como exigente, en un cruce de caminos entre la crónica, el ensayo, el relato... Esta vez, en vez de las anotaciones, he optado por el escaneado de algunas páginas.
Van dos citas de arranques de textos (espero que sirvan como estímulo lector):

BRATISLAVA
EL TIEMPO DEL ANACRONISMO
"Yo no quería oír un buen consejo, quería oír una historia"
CHRISTOPH RANSMAYR
"En el andén hay un hombre.Mira con atención a una mujer que se encuentra frente a él. Mientras ella está diciendo algo, en mitad de una frase, el hombre lleva con cautela dos dedos hasta el labio superior de ella y con un tirón rápido le quita un pelo de ahí, una suerte de pelo de bigote extraviado. La mujer se asusta, suelta un pequeño grito, le da una bofetada al hombre e, inmediatamente después, un beso."

NUBES. HOGAR.
"Mi dilema era éste: ¿me dedicaba a la antropología experimental o me limitaba sólo a observar y a guardar las distancias?"
H. C. TEN BERGE
En un ingenioso ensayo sobre la estancia en el hogar -"un lugar para hartarse"-, Patricia de Martelaere (Verrassingen, [Sorpresas] 1997) mancilla con el humor que la caracteriza las imágenes idílicas que las personas proyectan de su hogar y de la estancia en casa: un lugar en el que deberías poder rastrear materialmente tu identidad; eso es lo que esperan, o temen, según el caso. Pero estar en casa es casi siempre algo muy distinto, a menudo más extraño que encontrarse en el extranjero: es el lugar donde las cosas se hacen invisibles, donde dejamos de usar nuestros sentidos para explorar el mundo. En casa situamos nuestra capacidad de observación en el punto cero. Nuestro hogar es el sitio donde el mundo se vuelve invisible, lo cual nos lleva al reposo que necesitamos para poder pensar en cosas más lejanas."



miércoles, octubre 05, 2011

Homo sapiens recolector

El Homo sapiens redobla en sapiens (sapiens sapiens) convencido de su dinastía privilegiada, pero tengo pruebas de la existencia de otros sapiens con un segundo apellido dispar: depredator, recolector... Hijos naturales de la noble familia humana que responden a misteriosos instintos. (Alguien diría "bajos" en vez de "misteriosos", porque obligan a agacharse).
Me reconozco entre estos bastardos. Ese instinto me brota y me guía por los bosques en verano, y sólo así se explica la ansiedad con la que miro hoy mismo los partes meteorológicos a la espera de precipitaciones en otoño. Aunque lo de la micología se puede disfrazar de ciencia (o de apetito micófago), es sólo la punta de un témpano instintivo, porque si fueran sólo los hongos... Tengo el ojo atento a las mareas y las corrientes marinas, a las toperas, a los dibujos de las aves migratorias en el cielo, a las nubes y a las serpientes, a las ranas y a las cacatierras de lombriz, reconozco egagrópilas...; ¿cómo evitar buscar nidos hasta en invierno, cuando están vacíos, o esperar el momento justo en el que florecen los almendros?; afino el oído con el silenciador del musgo en un bosque crujiente bajo los pasos, o con el canto de cualquier pájaro... Y muchos somos así. Sé de cazadores de lagartijas y perseguidores de murciélagos, de obsesionados por las lubinas, de recolectores de pacharán, manzanas silvestres, té o castañas pilongas, de andarines tras los espárragos silvestres, de cazadores de saltamontes... Quizá también tú eres uno de nosotros, quizá un bastardo recolector durmiente con el instinto abotargado ante los documentales de La 2, o parcelado con la labor en una huerta, o domesticado con el coleccionismo civilizado de fósiles, de plumas, de herbarios, o de coleópteros.
Piénsalo. Y no creas que ese instinto surge sólo en espacios naturales con bosques, praderas o rasas mareales. No, no. El sábado 1 de octubre, una pareja dispar paseaba en plan recolector junto al talud boscoso cercano al  estadio de Anoeta (puertas 1 y 2), en San Sebastián. El uno rondaba los sesenta años, con una mano vendada y una botella de vodka casi llena en la otra. El otro, de unos treinta, con el pelo mojado hacia atrás, mochila a la espalda y la palabra "eficiencia" en la boca cuando pasé a su lado. (Sonaba "efi siensia"). ¡Era tan fácil juzgarlos erróneamente! Pero el más joven se agachó, como me hubiera agachado yo a recoger caracoles, o... Y sacó de la maleza una botella de ron medio llena. Oí cómo los dos se felicitaron, ya a mis espaldas. Reconocí como propia la felicidad de su recolección. El entorno deportivo es lugar de botellón ("hacer litros"), y lo que otros (acaso sapiens sapiens) no llegan a beber, éstos lo recolectan.

lunes, octubre 03, 2011

Irumugarrieta, Beldarri y Mendiaundi: de Gaintza a Errazkin

El "más allá". Hacia el collado de Arruta.

Las Malloas de Aralar no son lo mismo después de la lectura del libro del señor Ansa. Uno, que ha tenido la sensación (iluso...) de redescubrir sendas en herbazales o pedrizas musgosas, descubre en Las Malloas de Aralar (el libro) las rutas trazadas, cumplidas.
El domingo 2 de octubre, Lourdes, Pilar, Susana, Ángel, Imanol y yo subimos desde Gaintza hacia Irumugarrieta por una de estas vías redescubiertas. Desde Gaintza, en la ruta de Elkomuts a Irumugarrieta o Aldaón, se toma la variante en la "penúltima" pradera (sé que es una indicación ambigua, leed el libro) con la vista puesta en las calizas de Irumugarrieta; cerca esas paredes, se entra de nuevo a la izquierda, en un tramo de hayedo, y se sale al collado de Beldarri. Dos líneas de alambre electrificadas cruzan por las cumbres de las Malloas en esta zona (lo descubrió Pilar con calambrazo). En la cumbre de Irumugarrieta (1.437) nos encontramos con varios grupos de montañeros (no veríamos a nadie más a lo largo de la jornada), lo que queda del vértice geodésico destrozado y la placa sobre la que se afirmaba el desaparecido buzón a 1.427 m (hay otro nuevo a unos metros, pero no tiene forma de seta).
Después desandamos un trecho hacia el este y subimos a Beldarri (1.405), y seguimos más allá con el recuerdo de otra jornada memorable. Disfrutamos de las crestas con panorama al valle de Araiz y, desde el collado de Arruta, salimos hacia las suaves estribaciones de Mendiaundi (1.307).
Allí almorzamos y seguimos en dirección este, hasta que (ante el fresno guía) giramos hacia el norte en busca del paso del collado del Abad. La hierba invade viejas sendas. Queríamos enlazar por la ladera nordeste de Subizelaigañe, "lomeando" sobre Azkarateko Malkorra (948), con el clásico camino de Beluta. Como algunas fuentes están cegadas, la sed no guía las pisadas de los caballos y no se mantienen como antes los caminos; además, las ortigas y los helechos no descansan por vacaciones en primavera. Por fin, tomamos el camino de Beluta y bajamos a la pista de Errazkin, donde teníamos un coche aparcado con toda la intención para el regreso.

Apunte micológico: las lepiotas (o galampernas) están medio secas, pero están en las praderas que guardan algo de humedad.