
En los viajes, un juego consiste en aguantar la respiración dentro de los túneles, a ver si se aguanta hasta salir al mundo exterior. Otro, cerrar los ojos a la espera de abrirlos fuera, con la luz natural... (También flota por ahí el tópico de los que regresaron del peaje de la muerte. Hablan de una luz blanca al final, y de una sensación de paz).
Si la carrera literaria fuera una especie de túnel, pocos como
Ernesto Sábato.
El escritor argentino, ya con 95 años y muchas fatigas a la espalda, publicó en 1948 su primera novela con un título nada casual para estas líneas:
El túnel.
Un buen número de adeptos leían en su pesimismo y sus destrozos de sabor existencialista una lucha contra el orden establecido.
Desde hace años, no sé si ya completamente ciego,
Sábato ve el final. Supongo que habrá respirado con fuerza más de una vez pensando que ya se acababa esta vida, supongo que algún día habrá abierto los ojos en busca de otra luz... Pienso en
Sábato como en un escritor abandonado al final del túnel. Muchos de sus antiguos lectores dicen que el viejo
Sábato traicionó al joven. Y quienes le despreciaban y desprecian aún con tesón por sus ideas de entonces no lo leen ahora. ¡Ay...!
No estaría de más una lectura de
Sábato a dos bandas, por un lado
El túnel (1948) o S
obre héroes y tumbas (1961); por otro,
La resistencia (2000).
Internet, con sus tijeretazos, me deja copiar este fragmento de
La resistencia:
"Hay días en que me levanto con una esperanza demencial, momentos en los que siento que las posibilidades de una vida más humana están al alcance de nuestras manos. Éste es uno de esos días.
Y, entonces, me he puesto a escribir casi a tientas en la madrugada, con urgencia, como quien saliera a la calle a pedir ayuda ante la amenaza de un incendio, o como un barco que, a punto de desaparecer, hiciera una última y ferviente seña a un puerto que sabe cercano pero ensordecido por el ruido de la ciudad y por la cantidad de letreros que le enturbian la mirada.
Les pido que nos detengamos a pensar en la grandeza a la que todavía podemos aspirar si nos atrevemos a valorar la vida de otra manera. Os pido ese coraje que nos sitúa en la verdadera dimensión del hombre. Todos, una y otra vez, nos doblegamos. Pero hay algo que no falla y es la convicción de que —únicamente— los valores del espíritu nos pueden salvar de ese terremoto que amenaza la condición humana."