
Nunca entro a los macdonals. No es un compromiso
antinada, sigo los dictados de la tradición gastronómica familiar, a la que se incorporan las novedades por el criterio de mi paladar. Y mi olfato, ése que se ofende al pasar cerca de la salida de los gases de uno de estos antros dilbertianos con payasos y comida en bandejas.
Si algún día siento nostalgia de la comida de los aviones, iré a uno de estos lugares.
Pero el 7 de septiembre aterricé en uno, así que pido disculpas por lo tajante del "nunca" y hago memoria.
Esta vez fue porque vi desde fuera a
Josu, con porte francés, tomándose un café solo y solo y sólo, en la barra cafetera del macdonals (como si fuera el Barrio Latino).
Josu dice que el café del macdonals montevideano de Ellauri y 21 de Septiembre es de lo más potable de la ciudad.
Yo le confesé que era la segunda vez que entraba a un macdonalds, la otra fue porque una amiga tenía muchas ganas de mear... Una noche tormentosa de 1992, en Toledo.
He de reconocer que en estos catorce años también entré a un burguerquín, en París, muy cerca del museo Pompidou, en 1993. Fue para recoger a la hermana de
Katja que trabajaba allí, básicamente repartiendo patatas fritas y hamburguesas.
(Otro día escribiré de
Katja, merece la pena).
Pasarán más de mil años, muchos más..., como en el bolero, hasta que vuelva a entrar a un macdonals. (Aunque quizá vuelvo a ser un poco tajante).
P.D.: Ojo, estos lugares abundan en Argentina y en Uruguay, países que presumen de la mejor carne del mundo, que dicen despreciar eso de la globalización, que se muestran tan antiyanquis... En Uruguay, además, existe el chivito, que, entre otras cosas, no tiene esa misteriosa carne picada y aparece en la imagen que adjunto.