
La palabra clave: "repelente".
Sin repelente de mosquitos no se podía afrontar la subida. Maldita suerte la mía: descubrí algo parecido el día anterior en un paseo por la rambla montevideana, y me vi ante la farmacéutica con cuatro habones. (La picadura más dolorosa, en el labio inferior, acentuaba mi parecido con un Stallone vapuleado). Y bendita suerte la nuestra, porque el domingo teníamos repelente. Bajo los árboles nos acosaban, pero al sol, en la pradera, se podían agarrar a puñados en el aire. Yo, a pesar del calor, vestía un pantalón de pana, sobre el pantalón de deporte, y dos mosquitos lo atravesaron (un recuerdo para sus padres...). En la cima rocosa, con la brisa reparadora y un paisaje de horizonte marino en lontananza, me bajé el pantalón de pana para untarme Pirocalamina (mano santa para las picaduras) en el muslo. Estaba bajándome los pantalones cuando, a mis espaldas, escuchamos unas voces: llegaban unos ciclistas con sus bicis de montaña.
Ahora sumo tres palabras clave: "a mis espaldas".
Quiero pensar que mi gesto les pareció un saludo simpático. O algo así. Cuestión de interpretaciones.
P.D.: En la imagen, la poza superior del Cañadón de los Espejos, la cuarta. Los mosquitos no salen en la fotografía, pero creedme, hombres de poca fe, estaban ahí.