
Es verano en la ciudad de Mendoza (Argentina), un oasis en tierras desérticas. A finales de enero, al viajero en esta ciudad le sorprenden el calor del verano (no es nada raro pasar de los 40ºC) y las veredas limpias con acequias donde hunden sus raíces los árboles que llenan las calles (fresnos, plátanos, moreras...).
Pero, al margen de la sorpresa repetida, a mí me toca la lluvia y una temperatura alrededor de los 25ºC. Las calles fueron un río el 27, y en la prensa escribieron "desmadre" para referirse a cuando los ríos se salieron de su cauce. (Desmadre, me encanta).
NOTAS CLIMÁTICAS:
El 28 cae una lluvia tropical sobre Mendoza, de 18,30 a 21 h.
El 29 se repite el fenómeno y el horario.
El 30, por la mañana, leo que ha llovido tanto en estos tres días como en todo un año. Pero lo más sorprendente hoy es que llueve sirimiri, calabobos, lluvia fina de ésa que parece que no moja, y ensopa.
No he viajado a Mendoza como meteorólogo. Esta amable ciudad es el paso obligado para acercarme hasta Puente del Inca, desde donde se inicia la ruta normal de aproximación al Aconcagua. Pero espero en Mendoza, enfermo con una faringitis feroz que quiere tumbar un proyecto para el que me he preparado en los últimos cuatro meses: la ascensión del Aconcagua. Hoy es el tercer día de antibióticos, aún me cuesta tragar, pero ya no moqueo ni me empapo de sudor en un plis plas. Ya hablo con la voz de las baladas de Bruce Sprignsteen. Mañana tengo que tomar una decisión. Pasado mañana, un autobús: al oeste, Aconcagua; o al norte, Salta, Jujuy y paseos solitarios a 4.000 metros de altura.
P.D.: Disfruto oyendo el acento mendocino, para mí musical. Por ejemplo, cuando un camarero me llama "estimado señor" para estrenar un diálogo (y ni se despeina).