Si me preguntaran cómo surgen las novelas, contestaría que "en soledad".
La soledad, mal que nos pese a los escritores, es el primer factor que se precisa para escribir.
Generalmente es en el ámbito de la soledad donde se genera la posibilidad de aburrirse. Y nada como el aburrimiento para favorecer el despliegue multifacético del recuerdo, de las ensoñaciones, de las utopías, de lo que pudo ser y no fue, o de lo que fue y no pudo realizarse. En suma: el "aburrimiento" es el gran amigo de la imaginación y por ende de los sentimientos, de las esperanzas y también de las frustraciones y de las obsesiones: factores todos ellos capacitados para realizar, no solo historias novelescas, sino infinidad de instantes estelares que toda novela precisa para motivar al lector.
Dicho de otro modo, el exceso de "compañías", de aturdimiento o de lo que denominamos "diversiones", siempre impulsadas por el instinto o el afán de placer, castra, mutila las "ideas" y por supuesto todo aquello que nos permite "pensar".
De ahí tal vez que el escritor (inmerso en ese mundo de "vida interna") sea ante todo un ente "solitario". Nada importará que se comunique con sus semejantes; aunque él no lo demuestre, esa inevitable comunicación tendrá sólo una finalidad: acumular material para sus obras.
A veces esa acumulación se realiza sin que el escritor se dé cuenta de ello, pero cuando ya (metido en faena) se ponga a escribir, todo lo que en sus contactos con otras personas ha ido absorbiendo casi inconscientemente escapará de su inconsciencia para convertirse en conciencias imperativas y necesarias.
Con más razón aún serán asimismo imperativas sus propias experiencias: especialmente aquellas que nadie conoce, pero que para el escritor son perlas escondidas propicias a enriquecer momentos cruciales de sus textos.