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Cima de Garbisa (1.563), cima de caballos. Sábado 1 de junio. Fotografía de Pilar. |
Lo mejor de una buena capa para el agua, o de los pantalones de plástico para el agua, o de las polainas y las botas nuevas con
goretex, o de un paraguas no es usarlos, ni siquiera no usarlos; lo mejor es la seguridad que dan antes de salir a la montaña cuando pintan bastos.Luego llueve, llueve, llueve... y ocho horas después de marcha montañera sigue lloviendo. El agua tiende a encontrar sus caminos (como la vocación), y si la estanqueidad del impermeable es buena, surge el problema del empañamiento personal: la propia humedad que genera el cuerpo se condensa y se consigue tener las capas de plásticos mojadas por fuera y por dentro. Pero ya no importa, lo peor es el aturdimiento que provocan capuchas y paraguas; el
flop flop de la visera, de la capucha, del paraguas, en cuanto sopla el viento (que sopla); esa adaptación del gesto al agua que cambia hasta la postura de la cabeza y cómo se enfoca la mirada.
Se podría reconocer a quienes caminan muchas horas bajo el agua, después de la ducha caliente, cuando ya se han mudado de ropa, cuando han cenado (¿quizá un risotto?), por cómo se mueven la cabeza, cómo contorsionan el cuello tratando de reconducir la mirada. Entonces, con los ojos cerrados, aún se ven riadas a los pies y gotas de agua suspendidas, flotando alrededor.
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