Cuando te sirvan un Kafka, no pagues, que te pongan, puntualmente, un Proust. El Stoker mándalo a hacer morcilla y, por lo que más quieras, no mientas cuando sorbas el Collodi. El Svevo, como el Collodi, como el Leopardi o como el Dante, demuestran un amor especial por el café italiano, pero cuidado con el Dante, quizá no sepa bien el café con pinza de cangrejo cocido. Además, alinear un Wilde, un Carrol y un Sade debe de tener una intención oculta... que tal vez resuelvan un Christie o un Simenon. Pero... ¿por qué colocar una aceituna con adornito de palmera al Stevenson? ¿Por qué a Austen y a Hemingway no les ponen una taza como a los demás? Uno ya no espera respuestas cuando se llega al verde Baudelaire o la "patata" Leopardi o a las gafas horteras, se mire como se mire, del Nabokov. Y así: un Borges. ¿Por qué ha de entenderse su café?
Llamadme maniático, pero no bebería jamás un café Shakespeare o un Becket, quizá porque no tienen café.
Gracias, Lucía, por acercarme a Gianluca Biscalchin.
P.D.: Por lo que se ve, los cafés son como las calles, hay que estar muerto para que te dediquen uno.
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