
Solo ante el televisor, fotografié el sorteo de El Kini (que, junto con El 5 de Oro, ha hecho las delicias del
Gran V. y de
Eresfea unas cuantas noches de este 2007).
Diré:
El presentador pivot
parece un jugador de la NBA retirado, con la sonrisa de aspirante a presidente de la Asociación del Rifle. Detrás, escribanos o notarios (no sé) pequeños para certificar los números premiados,
niños cantores, que repiten
cantandoblando los números de las bolillas según salen. En El Kini
cantabla uno; en El 5 de Oro
cantablan dos. ¿Cómo explicar la profunda emoción que experimentamos el
Gran V. y yo coreando los números con
Rogelio, nuestro
niño cantor favorito? Tanto
Rogelio como
Kevin, del Kini, son objeto de una venganza: los plantan en un segundo plano, como muñecos, y les visten de camisa (verano) o camisa y suéter (invierno), y en cualquier estación la ropa les queda grande. Y ellos se afirman en el suelo con las piernas un poco abiertas, para aguantar el impacto seco del número. ¡Es tan emocionante...!
Por suerte.
Mantengo la continuidad del por suerte. Me explico:
Cuando los uruguayos me preguntan por qué no vivo en Montevideo, la razón más sencilla de mi negativa es que en Montevideo tengo que contar que soy de España al menos a una persona diferente todos los días. Es inevitable:
-¿Y de qué parte de España es?
-De San Sebastián, en el País Vasco…
Así no hay manera de distraerse, ellos cuidan la plantita del patriotismo ajeno. Por ejemplo. Subo a un taxi y doy el lugar de mi destino con acento neutro, extraño:
-Edil Hugo Pratto y Asevedo Días, por favor.
A ver qué pasa (me digo).
-¿Alemán?
(Debe de ser el reciente corte de pelo, que me marca un cráneo ario).
-No, español…
-¿Y de qué parte de España?
-De San Sebastián…
A continuación me cuenta que su abuela era de San Sebastián, que qué linda tierra, que su abuela tenía muy mala leche y se le hinchaba la vena de la frente cuando se enojaba, que me fije en los árboles del camino, que cualquier ciudad no tiene árboles como Montevideo, que ya quisieran muchas capitales de Europa (pasamos junto a negundos, tipas, plátanos…). Él me da la mano, se presenta y me pregunta:
-A lo mejor usted me puede resolver una duda: ¿cómo es eso de que Santiago hacía la guerra contra los moros en España?
-¿Eh?
-Sí, el apóstol, cómo era que decía…
-¡Santiago y cierra España! -digo yo.
A mi taxista se le iluminan los ojos:
-Sí… Yo he leído mucho de eso, ¿cómo se llamaba la batalla?
-Clavijo -digo yo.
-Sí, fue en 845.
Ahora me sorprendo yo, cuando él se explica:
-No entiendo cómo puede ser que aparezca Santiago en 845, él era anterior, ¿no? Por ahí…, del siglo I.
-Es que Santiago era una aparición –le digo mirándole por un momento a los ojos y enarcando las cejas- Él murió en el siglo I, pero aparecía en su caballo blanco para cortar las cabezas de los infieles.
(La verdad, me da gustito contar esto de las cabezas).
-¡Una aparición!
Ahí queda todo claro,
por suerte. Llegamos a Edil Hugo Pratto y Acevedo Díaz, apuramos los últimos flecos de la conversación y le pago la carrera.