


Ayer viajé a Buenos Aires. La luz de un soleado sábado otoñal ofrecía la mejor cara de la ciudad, y la oferta cultural tenía su epicentro en otra jornada de la
XXXIV Feria Internacional del Libro de Buenos Aires. Así que caminé mucho y me fui al zoo para ver a Pancho, y que me perdonen los amigos bonaerenses y culturosos de la vecina feria de las editoriales.
Pagué 8 pesos en la entrada y caminé directo al otro extremo del zoo, donde descansa (aparentemente lo hace de maravilla) Pancho, el veterano chimpancé.
(¿Quién es Pancho? Haz clic en el cartel de la imagen y lee).
Pancho es un
outsider, un resistente, un preso de por vida con yogures y pelotas. Cuando llegué ante él, estaba tumbado boca arriba y con una mano en cada pie. ¿Cuánto puede aguantar un chimpancé esa postura? Me senté junto al recinto de Pancho y anoté las expresiones de los numerosos visitantes que se agolpaban ante el vidrio protector.
Joven: “¡No es de verdad, boluda [la boluda era su novia]!, ¿no ves que no se mueve? (golpeando el vidrio bajo el cartel “Prohibido golpear el vidrio”).
Niña: “¡Está muerto!”.
Niño: “¡Pancho, movete!” (golpeando el vidrio bajo el cartel).
Señora: “No se mueve, parece una estatua”.
Madre (a su niña): “¿Te gusta? ¿Lo llevamos a casa?”.
Niña (a su madre): “Nooooo…”.
Señor (golpeando el vidrio bajo el cartel): "No se mueve".
Nena (a gritos, golpeando el vidrio bajo el cartel): “¡Mono!, ¡mono!, ¡mono!, ¡mono!, ¡mono!
Mujer a otra mujer: “Vámonos, que no se mueve”.
Y Pancho, del otro lado del otro lado del vidrio golpeado, impertérrito, mantenía la expresión simiesca de estoicismo. Cuando me fui (quince minutos después), Pancho seguía tumbado boca arriba y con una mano en cada pie.
Hace unos años, en una página de la asociación Gran Simio, leí que a Pancho le habían extirpado un testículo y que tenía artritis. Vamos, que estaba hecho puré. Entonces lo visité y lo encontré tirado (camuflado) detrás de un tronco. Una cuidadora del zoo vestida de verde me dijo que estaba deprimido.
Son graciosos los monos, concitan tanto público o más que el oso polar, el hipopótamo o el tigre. La gente no los mira como si fueran animales.
En fin, puedo afirmar, para alegría de propios y extraños, que ayer encontré a Pancho mejorado y rejuvenecido, incluso (inclusive en Argentina) diría que con cierto sentido del humor y con ganas de pitorreo.
P.D.: Felicidades,
Imanol. Y recuerdos a la memoria del mono cangrejero de
Antonio Gala.
P.D.2: El viernes
Tom Wolfe estuvo allí (en la feria, no en el zoo).