
Si digo que soy un conservador, me miran de reojo. Si digo que soy ecologista, piensan que como yogures con bífidus y soja o que sé dónde pone sus huevos la ranita meridional... ¿Algo más conservador que ser ecologista? Soy un ecologista vasco; sí, un verde vasco. Ya lo conté en la terapia de Verdes Anónimos (VV.AA.): los vascos y vascas tenemos un sueño energético, queremos llenar la Tierra de molinos de viento y placas solares y pequeñas presas (con rampas que salven a los salmones, ¡eh!). Y como somos unos consumistas sin medida, confiamos en la energía democrática y nos basta con ser mayoría reabsoluta en contra de la energía nuclear.
ETA cerró el proyecto de Lemoniz y hoy protestamos por la cercana central de Garoña, en Burgos. ¿Pero estamos en contra de la energía nuclear o en contra de tener la central nuclear en el terruño? La energía, que no producimos, se importa de Francia. Apunten para escribir en las pancartas: “Energía francesa, sí. Nuclear, también”. (¿Algún iluso piensa que un Chernobil francés no nos afectaría?). Otra, para pancarta: ¡Aupa el viento sur!