El director del taller de escritura creativa comentó que muchos adjetivos de los escritores noveles suelen ser más un rastro de vanidad que una necesidad del texto. Y ahí entré en la conversación con los periodísticos dantesco y kafkiano; se sumó el filólogo, receloso del quijotesco, que reclamaba más cervantino y, ya puestos, juanrramoniano, unamuniano, barojiano...
-Eh..., perdona, pero... ¿te has dado cuenta de la rima? Que te has ido del ino al... ano -apuntó el poeta rimador.
-Hay más filósofos que escritores con adjetivo: socrático, platónico, aristotélico, tomista... -terció el filósofo de formación (y deformación).
-Eso es porque han tenido más tiempo para asentar el adjetivo -objeté.
-...cartesiano, kantiano, hegeliano, freudiano, sartriano... -seguía, acercándose provocador al presente.
-Sospecho que Sartre debe el adjetivo más a su pensamiento filosófico que a sus novelas -dijo el filólogo con ánimo crítico/críptico.
El director trató de reunir las conclusiones de nuestra galerna de ideas, procedía de la escuela del relato breve y tendía a la síntesis:
-Así que de los escritores permanece la obra, cuando permanece... -dijo dejando la duda unos segundos en el aire, antes de seguir-: y de los filósofos, ¡ay!, permanece el adjetivo.
Sonia, que había estado callada hasta ese momento, nos miró abriendo mucho los ojos antes de decir:
-¡Buah, qué pedorros!
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