El sapo se estira como un actor novel contratado para hacer de muerto; como uno de esos emocionados con lo "extraplano" que, en vez de comprarse un televisor o un reloj, se miran el el vientre y, ¡hala!, a darle a los hipopresivos (¡junta el ombligo con los riñones...!, ¡mete tripa! y, ya de paso, papada); se estira como tantos millones de personas que conocen una buena manera de enfermar de cáncer y se despanzurran al sol en la playa.
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