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Polluelos de alondra hambrientos. |
Viajo vertiginosamente por la memoria hacia los orígenes del entusiasmo micológico, hacia las primeras setas. Estoy llegando al comienzo... Recuerdo rovellones (
Lactarius deliciosus) a espuertas en pinares talados hace tiempo, y los
Suillus luteus (que yo, ¡ay los latinajos!, llamaba
esponjodium); recuerdo gigantescos
Agaricus macrosporus de junio asados a la parrilla;
Boletus edulis y
Amanitas caesareas en abundancia; las
Armillaria mellea en un jardín del colegio;
Cantharellus cibarius entre hayas; recuerdo las setas de chopo (cuando eran
Pholiota y no
Agrocybe aegerita) de un tocón cercano a una huerta, que un buen hombre regaba para mí; y, al principio, setas de cardo (
Pleurotus eryngii). No, ni siquiera setas, una seta de cardo chuchurrida. Entonces recuerdo que antes, en verano, también buscaba por ese mismo suelo de la seta de cardo. Nidos de calandrias y totovías. Y pienso en que mi padre optó por el suelo porque era más fácil enseñar al niño los nidos que en los árboles o los arbustos.
Y por eso, el 30 de mayo de 2015, más de cuarenta años después, es tan fácil encontrar los nidos de alondra en Aralar, también en el suelo, cuando se buscan perrechicos o senderuelas.
1 comentario:
¡Menuda casualidad! Hoy hemos hecho una ruta olvidada de los circuitos clásicos, recomendación de nuestros amigos de Posada de Valdeón, y hemos asustado (y nos han asustado) por lo menos media docena. Se lo comentaré a los muchachos cuando les vea. Creo que están en el parque... o por ahí.
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