De camino por La Ciudadela (Pamplona), me topo el 20 de junio con una conversación-encontronazo entre una señora de unos sesenta años (acompañada por un señor ¿marido?) y una mujer más joven, de unos cuarenta.
-Tú eres Jaira, sí, sí, sí... -dice, locuaz y alegre, la señora mayor.
-Eeeeeh, bueno, no, yo me llamo... -detiene el paso perpleja la supuesta Jaira.
El señor (¿marido?) se aparta dos metros. Yo refreno la marcha.
-Sí -interrumpe la señora-, me acuerdo muy bien, tú eres la que controlaba mucho de las auras -dice a la vez que estira los brazos y los mueve como un mimo dentro de una burbuja imaginaria.
-No, yo no... Yo eso no...
-¡Adiós, adiós! -exclama satisfecha la señora.
Sigo mi camino, que coincide con el del supuesto matrimonio, con el oído atento porque mi lógica espera que el señor diga a la señora: "Menudo patinazo", "Mira que confundirte con...", ¡"Anda que estás tú buena con las auras...!". Incluso aceptaría que la señora dijera algo del estilo: "No sé por qué Jaira no quiere reconocer que es Jaira", "¿Por qué le dará vergüenza reconocer en público que maneja la energía de las auras?". Pero la pareja de señores mayores camina como si nada, en silencio.
Acelero, los dejo atrás y mi lógica se rezaga; un poco más allá, un estornino saca una lombriz del césped, limpiamente. ¡Qué bien!
1 comentario:
Y lo que fue mas bien monólogo tras abordaje en una calle de pueblo, acabó así (la mujer desconocida, ya enfadada, a mi padre), "mevauste a decir que no es el cura"
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