Alguien me dijo que el contacto físico es imposible, que nos engañan los sentidos. Ese alguien no apelaba a Descartes, sino que se explicaba desde la física de lo pequeño y me contaba lo imposible del contacto real “a nivel atómico”. Quizá por aquel entonces comprendí que se me escapaba lo pequeño y lo grande (la eternidad…, Pina), y que medía lo pequeño o lo grande con un criterio que algunos llamarían antropológico, el cuento de Protágoras (aquel muchacho de Abdera): El hombre es la medida de todas las cosas.
Bien, se me hace difícil aceptar lo imposible del contacto físico en un abrazo, una de las medidas humanas más precisas. En mi desconfianza hacia lo que se escapa a mi tamaño, cuento también con muchas teorías que acepto de refilón sin comprender del todo (desde la teoría de la relatividad hasta esa necesidad de poner pepino en la ensalada). En fin, pensad en el origen del universo y os dará agarrará el vértigo, la fe o el sueño.
Reconozco que toda esta morcilla previa es fruto de un contacto físico que tuve el 31 de agosto, un contacto que a nivel atómico quizá fue imposible (¿sería pertinente hablar de lo molecular?). Asun, Pilar, Ángel y yo paseábamos en ascenso por la incómoda ladera noroeste de Balerdi, en el término de Bedaio, entonces vi una pareja de ardillas en el extremo de una pradera cerrada por un bosque. Madre e hija, pensé (no preguntéis por qué no pensé en padre e hijo). El Homo depredator que vive en mí salió a la carrera. La madre ardilla huyó al momento hacia un árbol; pero la hija ardilla, lenta y sin experiencia fugitiva, daba saltitos sin criterio. Enfoqué la mirada hacia la presa. Ahí debería haber desconfiado de lo que se escapaba a mi tamaño (la ardillita), pero sin necesidad de teorías me lancé hacia ella instintivamente y, cuando el golpe de mi zarpa la iba a capturar, un alambrado de púas (invisible en carrera) me detuvo en seco y por la cara. O sea: me quedé con la cara clavada en una línea de alambrado.
(Ahora podría despotricar un buen rato contra esas alambradas para cabras instaladas y abandonadas por cabrones).
¡Bieeen!, exclamaréis algunos, ya era hora de que las ardillas tomaran venganza de tanta persecución. Pero, enganchado por el rostro (y convencido por la lectura de los periódicos de que la crisis es oportunidad), empecé a comprender y ratificar varias cosas, quizá por este orden:
-La templanza de Pilar, Asun y Ángel, que me desclavaron.
-Que había arruinado el picnic imaginado para esa tarde con una botella de Uxmal y otra de Late Harvest (Concha y Toro).
-Que la medida del contacto físico seguirá siendo para mí la antropológica.
Después, pasado de pleno derecho a la generación del 2.0 (con un punto de hilo y otro de papel), Asun, Ángel y yo comimos salchichas y bebimos cervezas Salvátor en San Sebastián.
P.D.: Por cierto, si alguien me ve y os pregunta… Que dejé el jabalí destrozado en el cuerpo a cuerpo.
P.D.2: Y canturreo.
P.D.3: Y no penséis que lo de la ardilla es una cosa nueva...
6 comentarios:
Esta escena merece ser la primera de "La guerra de las ardillas", novela de Josean Capek.
A ver si no tardo mucho en verte el jeto, Scarface, que ya he ganado cuatro kilos y soportaría otra de esas cervezas-trampa. Cabezón y Fanjul ya están al quite de una posible cena septiembruda.
¿La cerveza-trampa puede esperar hasta el lunes o el martes?
Bien, bien por la cena... Miremos las previsiones meteorológicas para ver si se puede hacer coincidir cena y ciclogéneis tradicional.
Nuestros padres dirían "pero quién te mandó a perseguir ardillas"
Nuestros hijos: "pero quién fue al final, ¿el jabalí, el toro, o la concha de la almeja?"
Y yo digo: Eres muy generoso valorando la indiferencia como templanza.
Bienvenido, Josean. Con respecto a las alambradas, te juro que yo muchas veces meto en la mochila un corta-alambres por si alguna se me pone tonta.
No te olvides traer el jabalí para cenar.
El vértigo, ¡ese vértigo! Mezclado con lo que se puede de fe y el sueño que llega cuando la cabeza ya no da. Tan terrenos, vos, yo... De más está decir que me uno al contacto antropológico. Creo que no nos queda otra.
P.D.: No hay opción a que las ardillas no fuesen madre e hija. Es dramáticamente tanto más eficaz... Ja.
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