lunes, abril 22, 2013

Del nivel del mar a Jaizkibel dos veces en un día

Una de las mejores secuencias de Carros de fuego es la carrera de Eric Liddell en el 400, sobre aquella ceniza olímpica en París... (tened paciencia con la publicidad de youtube, vedla, vedla). Y el sábado 13 de abril del año de Nuestro Señor de 2013, 89 años después, con alguna ceniza por el camino (todo hay que decirlo: los tojos olían a chamusquina en la ladera de Artzain), con la memoria aún sofocante del 25 de julio del 2008, después del tanteo en la niebla (y sin gorilas) del 28 de marzo de 2013, Patxi llegó a la meta con el gesto de Eric Liddell.
Pero es preciso explicar que emprendió la marcha solo desde su casa antes de las ocho de la mañana. No se puede pasar por alto este hecho, que marca una peregrinatio: el verdadero camino es el que parte del hogar, del kilómetro cero de cada uno, y a la hora que a uno le parece la correcta (eso sí que es libertad). Pasó por la cima de Jaizkibel (o Allerru), los primeros 547 metros ascendidos, con el clásico sobrepeso de agua en la mochila y añadió el acelerón para que los amigos no esperaran demasiado.
Recordad: "Dios hizo a Patxi resistente para complacer a todo pichichi".
Y desde el aparcamiento del mirador vimos su figura en lontananza, con sus hábitos claros para detectar con rapidez las garrapatas (¿endemismos de Jaizkibel?), avanzando sin miedo a la fatiga (él, autor de la Enciclopedia del miedo en la montaña: fríos, huidas, puntos de fuga, cintas aseguradoras de chichinabo, deshidratación y clics articulares). Y así, como quien no quiere la cosa, se juntó con nosotros a las diez menos cinco. Asun, Pilar, Ángel y yo -no Patxi- comenzamos la jornada montañera del 13 de abril contraviniendo dos de los principios básicos no escritos de la montaña: dejamos solo a uno de los nuestros (desde su salida hasta el mirador) y empezamos bajando para terminar subiendo. Bajamos a Lekueta, bajamos hasta las areniscas roídas por la erosión, vimos la arenisca rosada y la curvatura del horizonte marino, trepamos, destrepamos y volvimos a trepar. Patxi nos guiaba exultante, y eso que él venía ya con una cima en las piernas; improvisó, dio agua a los sedientos y vino a la cabreada..., exploró a solas, se la jugó con asomos de vértigo por los acantilados...
Ensayando posturas para futura portada de disco pop.

Almorzamos en Tximistakurratua, frente al mar, con la banda sonora de las olas, recogimos karrakelas (bígaros), se juntó con nosotros el verano (para no abandonarnos en el  resto del día) y ascendimos con  la solana, sudorosos. Cerca del aparcamiento del antiguo del polígono de tiro, abrevamos en la fuente y salimos a la carretera (Km 6 aprox.), y pronto tomamos la senda en dirección a Jaizkibel por la loma cimera. Pasamos junto a las antenas y llegamos a la cima con el despertar de los insectos.


Patxi coronó su segundo Jaizkibel desde el nivel del mar en un día. Había remontado de nuevo los 547 metros, y alzó sus brazos victorioso por segunda vez. ¡Pero no en la cima! (donde los fatuos se congratulan), sino en la meta: en la llegada al coche, ya con la pierna derecha en falsete, con el gesto de Eric Liddell en el rostro.
Y con un descenso mínimo llegamos a los coches que nos conducirían hasta las cervezas e incluso la tónica o el zumo de piña (que de todo hay en la viña de San Juan, Pasajes). Algunos tiquismiquis dirán que la peregrinatio terminó en un bar, que Patxi ¿esqueestátontooqué? Pero eso, citando a Fabra, es porque "no han entendido nada", que lo mismo que se construye un aeropuerto para pasear y no para que aterricen y despeguen aviones, se sube cargado dos veces en un día a Jaizkibel y se guía a los montañeros por parajes de ensueño. Es lo que tiene la grandeza: no responde a razones muy lógicas.
¡Volveremos a Jaizkibel!

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