
A la gente le gusta hablarlo, comentarlo...
¿Hablar o comentar qué?
Cualquier cosa para romper el silencio, pero el destino favorito de la conversación es el "yo". O sea, hay mucha gente deseosa de hablar de sí misma en su relación con los demás. Y para eso las mejores herramientas son el teléfono y el tiempo ajeno.
Hay que hablar para reparar, para matizar, para corregir lo que hablamos antes. Pero
en esa oralidad desbocada somos tan imperfectos que podríamos volver a hablar sobre lo hablado sin fin.
[Como
Allen en sus películas, como
Auster en sus libros... Quizá por eso no me gustan las obras de estos viejos muchachos, porque se repiten y repiten como si fueran discursos orales].
Como nuestro límite más aceptado es la muerte, muchos se dejan arrastrar por un destino vital de charlatanes: hablaré hasta el silencio (definitivo). Quizá por eso, quienes no ven punto final en la muerte pueden guardar silencio. (Incluso hay quien hace voto de silencio).
Preferimos hablar que hacer. ¿Por qué? Porque hablar es más fácil y nos hemos acostumbrado a poner palabras para reparar los errores de otras palabras.
"Haré abdominales todos los días". Sí, no cabe duda, es más fácil decirlo que
abdominalizar las jornadas.
Las acciones necesitan menos palabras. (Lo vemos entre los héroes). Algunas no tienen marcha atrás. Tal vez debería ser así para muchas palabras. Pero vemos cómo la palanca de cambios de la palabra está dada de sí: hay primera, segunda, tercera, cuarta...
¿Cómo me voy a sujetar a la palabra dicha si las circunstancias son tan cambiantes?
(Precisamente por eso, para afirmar algo en medio de caos).
¿Cómo me voy a sujetar a mi palabra dicha si nadie cumple con la suya?
(Ése es su problema, no el mío).
Escribo esto porque cada vez se me acerca más gente que quiere corregir las acciones incorrectas y, sobre todo, la ausencia de acción con palabras: con una llamada de móvil/celular, con una conversación al paso...
Escribo esto porque hay gente que trata de tergiversar mis palabras.
Escribo esto porque jamás juro.
Escribo esto porque soy un idiota que cumple su palabra, y, por cierto, eso me llena de una atávica satifacción. Cuando no cumplo con mi palabra, se me cae el mundo encima, es una derrota.
Escribo esto porque mucha gente disfruta hablando de su problema, calentando orejas ajenas. Me cansa escuchar el mismo
quejío 37 veces. Y claro, cuando amagas una propuesta de acción para remediar el
quejío, el facedor de palabras y fugitivo de responsabilidad se busca otra oreja que calentar.
P.D.: La oreja está
aquí.