Recuerdo que estaba grapando unos papeles en el trabajo, y le dije a Julián que el reciclaje y el budismo tenían mucho que ver. A veces me pasa esto, que verbalizo los pensamientos sin querer. Así que le pedí disculpas antes de que él pudiera decir nada. Quién sabe, a lo mejor había ofendido sus creencias.
Aquella fue la chispa que desató una conversación muy constructiva. Conocí el rigor ovolactovegetariano de Julián. Me dijo que eso era sólo un camino hacia la perfección. Que quería ser vegano. Con él coincidí en la historia de los huevos que arrancan a las gallinas en las granjas industriales, en la de los peces sacados de las redes que barren indiscriminadamente los fondos marinos, en la tortura de la oca para que enferme de hepatitis… (Incluso ironizamos con el contenido de las sopas de sobre).
Fue el comienzo de una posible de amistad. Pero algo me separó de Julián. No fueron las croquetas de bacalao, el jamón de jabugo ni la morcilla de arroz. Al fijarme mejor en él, descubrí que sólo usaba una camisa arrugada. Pensé que tenía tres o cuatro camisas iguales, como Monk, el casi policía de la tele; y le comenté cómo hacía yo para colgar la ropa y ahorrar plancha. Pero un sábado por la mañana lo encontré haciendo taichí en el parque con la camisa de siempre y las arrugas del trabajo del viernes.
El lunes le pregunté:
-Julián, ¿no te cambias la camisa?
-Tengo un cuerpo, ¿para qué quiero dos camisas?
E inmediatamente pensé: ¿tendría un calzoncillo?
¿Dónde están los límites entre el consumismo y la suciedad o la ordinariez? Consideré adecuado el número tres. Esa noche abrí mi armario y elegí tres camisas de manga larga y tres de corta, tres camisetas, tres polos, tres pantalones de deporte, tres de vestir… Todo lo demás lo llevé a Cáritas. Hice dos viajes. Exultante.
Escribo todo esto un mes después, cuando comprendo lo imposible de mi protoamistad con Julian, cuando han llegado las rebajas a la ciudad.
7 comentarios:
¡Peligro, Peligro!
Tres camisas blancas, tres camisas grises, tres vaqueros, tres pantalones de pinzas ... al final quizás tengas que ir a comprar.
(Es broma, como no podía ser de otra forma en una entrada de "mala baba")
Yo volvería a las cavernas. Pastaría. Y haría mucho taichí.
J., y qué harías con los cedés de Sabina, ¿eh?, ¿eh?
Y peor, ¿qué hará con los de Alejandro Sanz?
Nota: Además de Allen, Gonzalo me calzó a Sabina. Sí, sí...
Por Dios, hay que aprovechar las ofertas!! je, je, soy mujer.
¿Tres calzoncillos? ¿Tres pares de calcetines?
¿y tu ropa de montaña?
Mi punto débil, caravinagre: tres pares de guantes, tres pares de medias, tres pantalones...
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