martes, mayo 12, 2009

Hielo


Cuando mamá murió, mi padre hizo todo lo posible por mantenernos a flote a mí y a mi hermana Anne. Pasamos tiempos difíciles. Hipoteca, rentas atrasadas y todos esos líos. Nunca vi caer una sola lágrima de los ojos de mi padre. Pero las cosas mejoraron y el viejo consiguió una casa sobre el lago Bulrmont en la ciudad con el mismo nombre. Los veranos eran cálidos y aburridos, ya que éramos los únicos que nos quedábamos en el pueblo porque mi padre no se tomaba vacaciones. Con Anne nos llevábamos bien (yo soy dos años mayor). No éramos tal para cual. Pero nos queríamos.

El invierno de mi decimoquinto cumpleaños mi padre me regaló un par de patines de hielo para estrenar en el lago que se petrificaba apenas comenzaba la estación. Por supuesto mi hermana también tuvo su par. Nunca antes habíamos patinado pero el solo hecho de tener algo que hacer nos alegró el día.

Los dos entramos al lago de la mano. Luego de un par de minutos de caídas involuntarias, conseguimos soltarnos. Mis movimientos eran torpes, como si siempre buscara algo donde sostenerme. Anne lo hacía de maravilla. Luego de una hora, conseguí trasladarme sin problemas por la pista. Avancé hasta lo profundo del lago. Siempre me pregunté qué diablos habría en él. No tenía ni idea de si había peces u otros animales. Me sentía Jesús dando mis pasos por el agua y diciendo a los demás, “vieron, soy el mesías”.

SIGUE AQUÍ.

P.D.: En la imagen dorsal, el autor: I.B.
Si alguien quiere saber su nombre, que se lo pregunte vía blog.

P.D.2: Ander me envía la imagen. Pescadores en la bahía congelada de Ammassalik.

P.D.3: Y como me recuerda Ander en uno de los comentarios, debo recordar que la foto groenlandesa es de Dani Burgui, un grande.

6 comentarios:

Ander dijo...

Es muy bueno. Y además tiene un elemento que utilizaré sin duda, si alguna vez escribo algo para un concurso en el que tú seas jurado: gente que camina (o patina) sobre el mar (o un lago) congelado.

(No recuerdo bien el dato, pero creo que basta una capa de hielo de tres centímetros para sostener el peso de una persona. Lo digo porque este dato, este grosor, puede ser un elemento interesante para el cuento, incluso para el título).

Anónimo dijo...

Muy muy bueno el cuento.
Qué envidia más literaria siento...
Un abrazo,
Bea

eresfea dijo...

Caminar sobre el hielo, mirar las olas del mar reventando contra las rocas o mirar el fuego de una hoguera, atrapar un animal con las manos, subir a un árbol... Lo reconozco, es algo más que una exploración narrtiva.

Anonetoy dijo...

¿Nunca lo colgaste en columneo! Me recuerda uno de tus textos, ese del reloj (no retengo el título).

Ander dijo...

Por favor, añade que la foto groenlandesa es de Dani Burgui.

caravinagre dijo...

Muy bueno, de corazón.

Aunque como dice Ander, aquí hay tongo. A Eresfea le tira mucho lo de caminar sobre el hielo.

Ander, pensaba que ibas a decir que no recuerdas el dato pero que es un elemento interesante a saber cuando viajas en trineo por el hielo. Para el cuento está muy bien, pero para temer por la vida propia también.

Sí, Eresfea, hay asuntos, exploraciones, muy básicas, muy elementales, muy prehistóricas como las que mencionas pero que siguen siendo experiencias máximas. Desconozco la atracción por estas cosas, pero la siento igual. Es cierto. Caminar sobre el mar helado es un recuerdo sobrecogedor y espeluznante para toda la vida. Grandioso.

Y a lo que iba, enhorabuena al autor. Este cuento tiene miga (y hielo).

Un abrazo.

P.D.: Ander envía la foto y Daniel la saca. jeje. ;-)