Montañeros en el collado de Beloki contra el fondo de San Donato.
El sábado 18 de febrero fue un día de blanco y azul, un sábado feliz para muchos montañeros. A mí me subió un sordo en coche desde Lekunberri hasta casi el km 10, digo lo del sordo porque me gustó cómo se esforzó en pronunciar desde las tripas un "que disfrutes" cuando me dejó a la altura de la pista de Prantzes erreka.
La pista por el bosque fue una agonía hasta las campas. Sin raquetas, cada pisada suponía un esfuerzo enorme. Las polainas se soltaban, no dejaba de sudar y terminé en camiseta, empapado. Pero una vez tomada altura..., ¡qué gozada! El paisaje blanco y azul merecía una atención reposada parecida a la que me provoca una charca entre las rocas con la bajamar (miras despacio y ves una quisquilla, se mueve un cangrejo, aletea un pez...). Así vi muchos montañeros.
Subí a Hirumugarrieta y bajé al poste de Perileku donde comí un par de plátanos.
Soplaba viento del oeste.
Desde allí bajé por el barranco de Minas. Aún resonaba algún eco de la feria de Arcco y deseaba ver qué había sido de la obra del Artista del alero en Amabirjin harria.
Ha vuelto el clasicismo. (¡Gracias a Dios!).
Desde Pardeluts, el descenso por la nieve blanda fue agotador hasta el paraje de las minas, donde comprobé que no hay anticongelante como el de los huevos de rana.
A partir de ahí me dio por bajar al correcamina hasta Amezketa. Café, autobús, tren, casa. Disfruté.
1 comentario:
El sabor añejo de las salidas solitarias en bus o en tren, hacer dedo... no tiene precio.
Una gloria de jornada, vive Dios.
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