Te has quedado pasmau en la
terraza de una brasserie de la plaza del
mercado de Ste. Catherine por el aguachirle del café y
por el detalle del telefonillo de los vecinos del portal 2: sin números de
pisos ni referencias de escaleras, sólo los nombres de los inquilinos. Parece
tan lógico, tan sencillo. Debe de ser maravilloso no levantarse para responder
a alguien por el teléfono que no, que ese señor no vive ahí, y discutir con el
impertinente incrédulo; o ahorrarse la información para esa señora tan
desorientada como cotilla que pregunta: “Es que me han dicho que vivía por
aquí, ¿usted no sabrá?”. “No, señora, no tengo ni idea, no me gusta
relacionarme con las personas y mi helado de vainilla se funde mientras hablo
con usted”. No, es más cómodo decir: “Aquí no es”. Y colgar. Lo demás son
palabras de sobra.
(Imaginadlas todas en francés).
Pides un plato combinado para comer. Basta con señalar un
número, el 2, ahora sí, no como en el portal. Luego decides caminar hasta el
canal de S. Martin. Cuando llegas a tu destino, comprendes que no tiene sentido acercarse
hasta un canal si no se camina después al lado de ese canal. No te arrepientes,
vagas por un paisaje familiar. El doble (sosias, no la masa) de Gérard Depardieu pesca con caña. Te
colocas a su lado sin cruzar palabra. A la vista está que pican: dos peces de
un palmo giran en el tiovivo minúsculo del cubo de fregona lleno de agua. El
pescador guarda silencio y te mira (¿en francés?) satisfecho. Luego compartís la concentración en la boya, en el agua; hasta que miras un poco más allá de la
boya y reconoces, en silencio, el lugar de la película Le fabuleux destin d'Amélie Poulain, en banda sonora original (BSO).
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