En el año 2000 traté de memorizar el paisaje que se veía desde el altozano de Tobolks, donde se levantaba la prisión en la que estuvo encerrado Dostoievski. Después almorcé y tomé 150 gramos de vodka.
Al atardecer, Nikolai compró esturioncitos aún vivos, recién pescados, a unos chiquillos que se fueron felices jugando con sus cañas y un fajo de rublos.
Hoy hay puntos ciegos en aquel paisaje que traté de imponer a mi memoria. Pero sé dónde pescaron aquellos niños los esturiones, podría volver allí y colocar un aparejo en el lugar preciso. Pocas memorias son tan precisas como las de los pescadores; por eso, quizá, tienen fama de inventar y agrandar historias.
P.D.: Los esturiones asados en las brasas estaban muy ricos.
7 comentarios:
La paciencia que se logra al pescar es algo digno de envidia. La capacidad de agrandar historias (el ojo era ASÍ de grande...), también.
Anonetoy, es que el ojo era así de grande.
La de los pescadores,la de los seteros, y la de Patxi.
En el Caspio, después de sacarles las huevas, tiraban los esturiones. Decían que no se los comían.
Supongo que es cosa de culturas gastronómicas (Rusia es grande) o quizá porque los pequeños son ricos y los grandes no...
Qué cierto. Habría que poner a pescar a muchos escritores. La prueba del "polígrafo".
Curioso, un líquido medido en gramos.
Publicar un comentario