Dice mi madre (mi primera fuente de eso que ahora viene llamándose “inteligencia emocional”) que la gente, en parte, es tan infeliz porque tiene sueños inalcanzables. Ella recuerda que su imaginación aprendió a volar alto con las novelas y las películas. Ella forma parte de la generación de ilusos adolescentes españoles de los años 50 y 60, y estuvo templada por por la dificultad de acceso a una sala de cine a cualquier hora, por los doblajes caprichosos, por la censura...
(Siempre que volvemos a ver Mogambo me cuenta que en el cine Grace Kelly hacía de hermana del que en la versión original era su marido; y, claro, que ella, tanto Mogambo, tanto Mogambo, pero no entendía la película).
Luego, en los 70 y 80, se impuso la televisión. Al principio también estaba censurada y racionada (al menos en horarios). Desapareció la carta de ajuste, llegó el color, surgieron varias televisiones. Y el vídeo, el DVD, Internet, Youtube, la televisión a la carta…
Dice mi madre que la gente quiere vivir la vida con la intensidad de una película. Pero la vida dura más de hora y media o dos horas, y todos no son Marlon Brando o Audrey Hepburn. A veces también me dice que quieren vivir como en una teleserie.
O como en un mundo virtual, pienso yo.
Hoy se cambia de sueño como de camisa. Parece difícil hacer creer a la gente en algo. Y si ya es difícil que la gente pelee por cumplir su sueño, no digamos que acepte la opción de fallar y que asuma sus responsabilidades. Entonces se cambia de canal o se hace clic en el teclado del ordenador. Y a otra cosa.
4 comentarios:
Cuánta sabiduría y generosidad en esas lecciones de tu madre.
Un beso para Lourdes. Es verdad.ami
Puedes contarle a tu madre que ahora se hacen remakes y que son malísimos. Ahí sí, uno se confunde entre el sueño y la mediocridad comercial. Acabo de ver la versión Sabrina de los 90. Uf.
Por qué, Minerva, por qué lo has visto...
Hay cosas que no se deben ver.
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